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Lunes, 10 Abril 2017 20:56

El cambio

Todos los seres humanos dicen querer un cambio. Todos dicen querer obtener uno o varios cambios. Pero, como lo decíamos atrás, la confusión es una tendencia recurrente en todas las actividades humanas. Y esta confusión, como lo vamos a ver, también se aplica al término mismo de « cambio ».

Se puede señalar el hecho sorprendente de que, sobre palabras tan llenas de sentido, tan fundamentales para el ser humano como las palabras “espíritu”, “alma”, “inteligencia”, “intelecto”, “entendimiento”, “razón” y tantas otras, no hay consenso en cuanto a su definición entre quienes las utilizan. Estas palabras son ampliamente utilizadas por todo el mundo, hacen parte tanto del lenguaje común como del lenguaje especializado. Se podría creer que existe un acuerdo tácito sobre el sentido de estas palabras y que quienes emplean estos términos están hablando de la misma cosa; pero no es así. Es más, los filósofos, los pensadores y los místicos de todos los tiempos con frecuencia han utilizado un término en vez de otro; los unos, por ejemplo, designan como alma lo que otros definen como espíritu, y viceversa. Sobre palabras tan cargadas de sentido, la puerta está totalmente abierta para la confusión y la equivocación. Se conoce la historia bíblica de la Torre de Babel, equivalente para las lenguas de la difracción de la luz blanca en una infinidad de colores y de matices de colores. Se tiene la impresión de encontrarse ante un fenómeno del mismo tipo cuando se trata para el ser humano de conocerse a sí mismo. Por lo tanto, no es de extrañar que una palabra tan simple como la palabra « cambio » también sea motivo de confusión y de malentendido.

 

De facto, s e pueden distinguir dos tipos de cambio[1] : el cambio 1, por ejemplo, consiste en desplazar los muebles en la cárcel y el cambio 2, consiste en salir de la prisión. Uno de los ejemplos es citado por Watzlawick y col.[2]: « Victima de una pesadilla, el soñador tiene la posibilidad de hacer varias cosas en sueños: correr, esconderse, combatir, gritar, saltar desde un acantilado, etc., pero ningún cambio derivado de alguna de estas acciones podrá poner fin a la pesadilla (cambio 1.) La única posibilidad para salir de un sueño conlleva un cambio que va desde el sueño hasta el estado de vigilia. Es evidente que el estado de vigilia ya no hace parte del sueño, pero representa un cambio completo (cambio 2) »

 

El cambio 1 consiste en hacer « más de lo mismo », en cambiar un elemento por otro, permaneciendo en el sistema (hace frío, me cubro; hace más frío, me cubro más). En un cambio de tipo uno, con frecuencia la « solución » se convierte en un problema, como, por ejemplo, la prohibición de la droga (se drogan, yo reprimo; se drogan de manera espantosa, yo reprimo de manera espantosa). En medicina, los tratamientos sintomáticos son cambios1. Con frecuencia son de eficacia muy limitada porque no se ataca la causa del mal y, a menudo, se generan efectos secundarios nefastos y, por tanto, riesgos o accidentes. En sociología, « es entristecedor ver la larga lista, en el curso de la historia, de revoluciones que sólo han logrado, a fin de cuentas, agravar las condiciones que querían eliminar…[3] » Así, « un sistema que pasa por todos sus cambios internos posibles (cualquiera que sea su número) sin efectuar ningún cambio sistémico, es decir un cambio 2, se describe como prisionero de un juego sin fin. No puede engendrar a partir del interior las condiciones de su propio cambio; no puede producir las reglas que permitirían cambiar sus reglas. [4]» El cambio 1 consiste en desplazar, rechazar o esconder un objeto, un dato o una fuerza. Y se sabe que lo que se desplaza reaparece un día u otro, que lo que se rechaza resurge sin cesar, más fuerte y menos administrable.  Para evitar confusiones, se podría llamar al cambio 1 « cambio–desplazamiento ».

Por lo tanto, el cambio 2 es el que nos interesa aquí, el que se necesita. Se trata para la humanidad de salir de una prisión, es decir de una situación cada vez más insostenible, de una serie de círculos más viciosos los unos que los otros en los cuales la humanida se hunde progresivamente. El cambio 2 es la salida de un sistema, siempre toma la forma de una discontinuidad o de un salto lógico. « Mientras que el cambio 1 siempre parece reposar en el buen sentido, el cambio 2 parece extraño, inesperado, contrario al buen sentido: existe un elemento enigmático y paradójico en el proceso de cambio… Coloca la situación en un nuevo marco »[5]. Sus manifestaciones son paradójicas y aparentemente ilógicas porque, para que se produzca, se necesita que una realidad, digamos no ordinaria, irrumpa en la realidad ordinaria (yo quiero salir del agua, apoyarme en el agua no me sirve de nada; pero llega un barco) y la desestabilice para permitir la emergencia de una solución. Es lo que hace el judoka cuando introduce un dato nuevo en el combate: deja de resistir y su adversario cae, arrastrado por su propio impulso. Si se trata de una prisión, el elemento paradójico, en este caso, es la llave. Sólo la llave, elemento no ordinario del sistema, permite salir. Una oruga no puede imaginarse que algún día volará. Hasta tanto no haya efectuado su metamorfosis, no sabe lo que es un cambio 2. Al convertirse en mariposa, sale del sistema-oruga y se prepara para entrar en el sistema-mariposa, pasando por el sistema-crisálida. Vive un cambio 2, una metamorfosis, una transmutación, una transformación. Llamemos este cambio 2 el « cambio-metamorfosis ».

 

Para la humanidad debe producirse un cambio-metamorfosis, un verdadero cambio. Este se reconocerá por su carácter enigmático y paradójico. Confundir los dos tipos de cambio es un error metodológico, que expone al riesgo de que toda la buena voluntad de la sociedad y todos estos esfuerzos, una vez más, se agoten en la obtención de un cambio-desplazamiento inútil, es decir de un círculo vicioso.

 

Se sabe ahora que el cambio es uno de estos términos que requiere definición clara antes de utilizarlo. Ahora se sabe que, cuando un candidato a la Presidencia de la República, o un guerrillero, o un marido veleidoso nos prometan el cambio, no se deberá olvidar preguntarles, en esta vez, a qué tipo de cambio se refieren.

 

¿Los seres humanos van a hacer solamente lo que hacen desde hace tiempo, cada uno a su nivel, con eventualmente “más pero de lo mismo”, y así realizar solamente un cambio que en realidad no lo es y seguir dando vueltas en su prisión de confusión, de violencia y de miseria, como ocurre en su cotidianidad? ¿O realmente van a salir de ella, individual y/o colectivamente, con la ayuda de las medidas necesarias? ¿Realmente desean un cambio-metamorfosis en lo más profundo de ellos mismos? ¿Los humanos pueden efectuar un cambio-metamorfosis? ¿Los humanos están listos y decididos a buscar, encontrar y utilizar medios nuevos, inesperados y paradójicos para sacudir, socavar y, finalmente, romper el marco social patológico en el cual sufren?

 

El futuro nos responderá.

[1] WATZLAWICK Paul, WEAKLAND John, FISCH Richard. Changements. Paradoxes et psychothérapies. Points Seuil, Paris, 1975, 191 p.

[2] Ibid., p.29.

[3] Ibid., p.40.

[4] Ibid., p.40.

[5] Ibid., p.103.

Lunes, 10 Abril 2017 20:56

Introducción - Cambio 1 y cambio 2

Hace dos horas que un señor busca sus llaves en la calle, de noche, bajo un reverbero. Un transeúnte se propone ayudarlo y le pregunta: « ¿Y dónde perdió sus llaves? – ¡Ah! las perdí allá, en el prado. – Entonces, ¿por qué las busca aquí? - ¡Ah, porque aquí hay luz! »

 

En estas pocas líneas, ¡se puede contar la historia de la humanidad!

 

Tenemos aquí otra manifestación de esta confusión de la que hablábamos antes. Uno siempre busca ahí donde se tiene la costumbre de buscar o allí donde se dispone de ciertas facilidades, y se llega a esta última alternativa, cuando existen las llaves, hay solución; pero como uno se equivoca en el procedimiento o en las premisas, no se encuentra lo que se ha perdido. Según toda la probabilidad, la solución de los problemas de la humanidad existe. Pero la manera habitual de proceder hace imposible la emergencia de esta solución. En su tiempo, Platón narraba más o menos lo mismo a través de la alegoría de la caverna[1]. La organización de la conciencia ordinaria es tal que no se puede encontrar la salida de primera intención. Hay toda una estrategia, toda una metodología que se debe poner a prueba para que se progrese realmente hacia ese cambio, hacia esa salida.

 

Para intentar mirar de entrada en la dirección de la salida y proceder metódicamente en la búsqueda de las llaves de la humanidad, en este capítulo vamos a proponer algunas bases teóricas y prácticas

 

[1] PLATON. La République. Traduction et notes par R. Baccou. Garnier-Flammarion, Paris, 1966, Livre VII, p 273.

Lunes, 10 Abril 2017 20:48

La observación pendiente

Cada quien podrá así interrogar a su entorno y con un poco de entrenamiento, constatar por sí mismo este primer error metodológico: los seres humanos no hacen el diagnóstico del mal que asalta a la humanidad. La enfermedad no es reconocida, no es identificada. Hasta el momento, nadie está en capacidad de ponerle un nombre a la enfermedad de la humanidad. Y no es que la humanidad no esté enferma, es que con la metodología utilizada hasta el momento, se pasa sistemáticamente al lado del diagnóstico. En la cadena lógica que lleva a la curación (observación, diagnóstico, etiología, tratamiento, curación) se salta la etapa del diagnóstico. 

 

A esto se agrega un elemento agravante: no sólo los humanos no hacen este diagnóstico, sino que, además, creen de buena fe que sí lo hacen cuando, en realidad, sólo hacen observaciones. Cuando no se ha establecido un diagnóstico, pero se sabe, la situación es menos grave porque se sabe cuál es la tarea que se debe emprender. Pero, si uno cree sinceramente que el diagnóstico se conoce, se aferra más al error. Ahora bien, “lo propio del error y de la ilusión es que no se manifiesta como error o ilusión [1]». Esta confusión, que detallaremos un poco más adelante, es otro error metodológico que se agrega al primero. Nos encontramos en una situación de inconsciencia en la que se presume que el problema está planteado, cuando en realidad no lo está. Por este motivo, las medidas adoptadas para corregir los males de la humanidad son ineficaces y pueden serlo indefinidamente. Muchos de los “tratamientos” sólo son ajustes, medidas parciales, paliativas, es decir, tratamientos sintomáticos, tratamientos dirigidos contra las manifestaciones de la enfermedad y no contra sus causas. Así, agregan obligatoriamente sus propios efectos secundarios nefastos a su ineficacia.

 

Las personas interrogadas objetan, de manera justificada, que no son médicos, que no están formadas en esta lógica, que no están acostumbradas a ver las cosas así. Es verdad, en general. Sin embargo, la palabra diagnóstico hace parte del lenguaje corriente. Por lo tanto, se supone que se conoce el sentido de la palabra. Se utiliza con frecuencia; sobre todo en dos ocasiones: en medicina y en sociología (y antropología).

 

Si un miembro de la familia se enferma, si requiere ser hospitalizado, la pregunta que todos y cada uno tendrá en los labios es: « ¿Qué tiene? ». En general, en estas circunstancias, uno no se contentará con los síntomas, se insistirá siempre en saber el diagnóstico. « Si, tiene fiebre, doctor, pero, ¿a qué se debe? ¿Qué tiene? ¿Es meningitis o malaria?» Sobrentendido: « ¿Cuál es el diagnóstico? » Cuando se trata de medicina, en general se llega hasta el diagnóstico e incluso si uno no es médico, se tiene una buena noción de lo que es un diagnóstico. Cuando se trata de un asunto médico, en general no hay mucha confusión.

 

Las cosas toman un giro diferente cuando se trata de sociología (o antropología), cuando el enfermo no es un individuo, sino una sociedad. Aquí, también, con frecuencia se utiliza el término diagnóstico pero, cuando se trata de una sociedad enferma, parecería que los sociólogos, los antropólogos, los etnólogos no se comportan como médicos y que no tienen la misma preocupación por llegar a un diagnóstico (en el sentido médico).  Se ubican, más bien, como observadores y se empeñan en hacer las descripciones más detalladas, ricas o más pertinentes posibles y las denominan « diagnóstico ». Pero, en general, no siguen un proceso médico. Es verdad que en sociología es más difícil examinar el paciente que en medicina; esto exige toda una metodología y tiempo. También es muy probable que la preocupación por el diagnóstico, es decir, la identificación de la enfermedad, el arte de reconocerla y de darle un nombre se haya perdido en los meandros de la observación. Es muy posible que la transformación del sentido de la palabra “diagnóstico” se deba a los sociólogos o a los antropólogos. Se tendría que hacer un estudio sobre este tema. Ocurre que los sociólogos utilizan con frecuencia la palabra “diagnóstico” para referirse a cualquier otra cosa que al nombre de una enfermedad. Les siguen los pasos los hombres políticos, los periodistas, los filósofos y todos aquellos que se preocupan por la sociedad y han utilizado el término “diagnóstico” en el sentido de observación, descripción, análisis, interpretación o evaluación. Ha habido un desplazamiento semántico progresivo y furtivo de la palabra “diagnóstico”. Y uno acaba persuadido de que se ha establecido un diagnóstico cuando, en realidad, se ha quedado sólo en la observación.

 

Algunos diccionarios han reconocido esta « extensión del sentido » de la palabra. Se encontrará mención a los dos sentidos en los más recientes:

 

Diagnóstico  

  1. [medicina] identificación de la naturaleza y la causa de una enfermedad de acuerdo con sus síntomas  • cometer un error de diagnóstico
  2. evaluación (de una situación problemática) mediante el análisis de diversos datos
    establecer un diagnóstico financiero
  3. [medicina] capacidad de identificar la naturaleza y la causa de una enfermedad de acuerdo con sus síntomas
    tiene un diagnóstico excelente 

Microsoft Encarta 2003.

 

Diagnóstico: « Acción de determinar una enfermedad por sus síntomas» « Fig: previsión, hipótesis a partir de signos » Inform. Método de investigación y de corrección de los errores, en un programa de computador »

Petit ROBERT.

 

Diagnosticar: Reconocer al hacer el diagnóstico. (XX°) Fig. Prever o detectar de acuerdo con los signos. « Los expertos dudan en diagnosticar una crisis económica ».

Petit ROBERT. 

 

Diagnóstico n.m. (del gr diagnôsis, conocimiento) 1/ Identificación de una enfermedad por sus síntomas. 2/ Identificación de la naturaleza de una disfunción, de una dificultad.

Le petit LAROUSSE. 

 

Diagnóstico(s. m.) Término de medicina. Arte de reconocer las enfermedades por sus síntomas y de distinguir unas de otras. El diagnóstico diferencial. El diagnóstico de esta enfermedad.

Littré.

 

Si en esta encuesta, uno se empeña en definir bien lo que se entiende por diagnóstico, si se aclara que es en el sentido médico en el que se utiliza y se espera la respuesta, la persona interrogada termina, en general, por comprender lo que se espera de ella, lo que significa que todos tenemos cierta idea de lo que es un diagnóstico. Por cierto, un poco más adelante en la discusión, cuando se enuncia lo que parece ser un diagnóstico, a todo el mundo le parece obvio. Esto demuestra que no es necesario ser un gran experto para hacer el diagnóstico y que, el sentido común, cumple así su función perfectamente. 

 

Las cosas adquieren otra importancia si se considera que incluso los profesionales de la salud (de los individuos y de las sociedades) se equivocan de manera sistemática. Si se plantean estas dos preguntas a médicos, psicólogos, sociólogos, quiénes, por su profesión, deberían tener una mentalidad favorable y un entrenamiento suficiente para responder a la pregunta del diagnóstico o, por lo menos, no confundir síntomas y diagnóstico, el resultado es el mismo. Cualquiera que sea el status social, profesional o intelectual de la persona interrogada, el mismo error se reproduce. La única diferencia consiste en que el panorama que presentarán los responsables, los elegidos, los periodistas, los intelectuales o los universitarios será muy detallado, lleno de cifras, de anécdotas, de ejemplos precisos, pero siempre será una lista de síntomas, no un diagnóstico. Tomemos algunos ejemplos sacados de mi experiencia en Colombia pero extrapolables a toda otra dimensión..

 

Le cartilla titulada: “La violencia en Colombia” de A. Montenegro y C.E. Posada[2], comienza su conclusión con esta frase: “En las ciencias sociales, como en medicina, es crucial poder contar con un buen diagnóstico para afrontar los males públicos”. Sin embargo, esta misma conclusión termina enunciando sólo síntomas: presencia de un pequeño grupo que mata y secuestra, apoyo financiero del narcotráfico, permisividad de un sistema judicial deteriorado. Y la pregunta fundamental permanece sin respuesta; los autores no nos dan el diagnóstico de esta enfermedad social que hace que un grupo de iluminados agresivos y un cartel de comerciantes de la muerte hagan la ley en una sociedad que no se defiende. No hay un diagnóstico, a pesar de la recomendación inicial, ¡sólo tres síntomas!

 

Margarita Vidal comienza su articulo[3] del 18 de noviembre de 2001: “Que Colombia sea un país sobre-diagnosticado, es verdad” (sic). Y su segunda frase sirve para enunciar lo que ella considera un diagnóstico y que, en realidad, sólo es una lista de síntomas: corrupción rampante, impunidad, masacres, asesinatos… en total, la observación de trece síntomas, pero ningún diagnóstico. Al contrario de lo que afirma Margarita Vidal, el país no está sobre-diagnosticado, sino profundamente sub-diagnosticado, es decir sin diagnóstico. Y Margarita Vidal tendría la tarea de definir lo que significa exactamente un « sobre-diagnóstico ». En medicina esto no existe. ¡No se habla de « sobre-rubéola »! La confusión es total. Veremos más adelante que el país ni siquiera está « sobre-observado », porque numerosos síntomas de la enfermedad de Colombia se escapan a la observación que se hace habitualmente de esta sociedad, por una cuestión de punto de vista muy estrecho y de plantilla de lectura inapropiada.

 

En el mismo orden de ideas, el periódico El Tiempo publica una entrevista con José Fernando Isaza[4] quien responde a la pregunta: « ¿Y el futuro de Colombia qué? »: « Falta mucho. Primero, necesitamos diagnósticos acertados. El país está mal sobre-diagnosticado. Los buenos estudios sobre Colombia son tan escasos que se devoran como pan caliente. Tenemos que comprender en dónde estamos y a dónde debemos llegar.

 

Hay muchas generalidades, muchos lugares comunes. Somos expertos en frases huecas. Tenemos una gran necesidad de un verdadero análisis de la situación. Debemos dibujar un Estado moderno en el cual cada quien encuentre su lugar y que le retire a la subversión el poco argumento que pueda tener. Ese país en el cual deben encontrar su lugar los desmovilizados tanto de un lado como del otro, debe ser más democrático, más moderno, con mayor fluidez de las ideas que de los bienes, Porque los bienes se encuentran en todas partes. Lo difícil es encontrar ideas».Isaza no sabe lo cierto de su última frase y en qué medida se aplica a él mismo. Hay una primera idea que se le podría sugerir: sería encontrar el sentido de la palabra diagnóstico si se quiere hacer un verdadero análisis de la situación del país. Si el país está enfermo, requiere primero un diagnóstico; necesita que la enfermedad que padece sea identificada. No necesita, al contrario de lo que dice Isaza, varios diagnósticos, porque es poco probable que sufra de varias enfermedades al mismo tiempo, y que si se pudiera establecer por lo menos uno, eso sería un gran avance, una proeza. Si evoca la palabra diagnóstico en plural, es porque no se puede sustraer al hábito de sólo considerar los síntomas de la enfermedad, los cuales sí son numerosos. Observar síntomas, es una cosa; hacer un diagnóstico, es otra. En cuanto al significado de «sobrediagnosticado», no avanza más que Margarita Vidal. Si a esto se agrega «mal sobrediagnosticado», entonces allí, definitivamente hay que renunciar a comprender, se bajan los brazos. El verdadero análisis de la situación se llama simplemente hacer un diagnóstico (en el sentido médico del término).

 

A su vez, y como muchos otros, Alejandro Gaviria comete el mismo error de interpretación: « Muchos hombres prácticos les gusta decir que este país está sobrediagnosticado. Que abundan los estudios, que sobran los informes, que pululan las consultorias. Que la reflexión diletante debería abrirle paso a la acción transformadora. Pero lo que no entienden los pragmáticos (los de ahora y los de siempre), es que los diagnósticos no brillan tanto por su abundancia como por su pobreza. No es la cantidad de estudios, de informes o de opiniones que nos abruma, es su calidad.”

Tómese, por ejemplo, el caso de la corrupción. Un problema en el cual los diagnósticos más repetidos no han podido ni siquiera dar con la secuencia correcta. O con la metáfora adecuada.»[5]… Una vez más, si uno se coloca en la óptica del diagnóstico médico, si se lee dicho artículo con la idea de que un diagnóstico es la identificación de una enfermedad a partir de la observación de sus síntomas, uno se queda con los brazos colgando ante tanta confusión. Los que hubieran leído el resto del artículo permanecerían en las mismas: no sabrían todavía, a pesar de los reproches que hace Gaviria a los pragmáticos, cual es el diagnóstico de la enfermedad de Colombia. Y no es colocando esta palabra en plural que la confusión se va a disipar. Lo que Gaviria no comprende es que el diagnóstico no brilla por su abundancia ni por su pobreza, sino por su ausencia. Y la metodología que debería emplear, también falla.

 

El ex alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, decía[6] que las causas de tanta violencia son, en primer lugar, que existe una cultura que asimila autoridad con autoritarismo y, en segundo lugar, que nuestros hijos no están felices. Otra vez se trata de un enunciado de síntomas y no de un diagnóstico. Efectivamente, en Colombia, la autoridad es muy vacilante y los niños pueden preocuparse por el futuro. Pero, ¿por qué? Cuál es el diagnóstico de esta enfermedad que corroe este país, que pervierte la autoridad y hace que los niños no sean felices. Es cierto que estos síntomas engendran por sí mismos consecuencias que son otros síntomas (el abuso de autoridad, la rebelión, la anarquía, la confusión, el desasosiego de los jóvenes…), y esto es lo que quería decir Peñalosa, pero estos síntomas son, a su vez, consecuencias de una cadena o de una red de causalidad. ¿Cuál es entonces el desorden que genera todo esto?

 

Los intelectuales marxistas, los “pensadores” de las guerrillas sostienen que el problema del país es la injusticia social, la concentración de la riqueza, la intervención norteamericana, el desequilibrio de las relaciones de fuerza entre « la sociedad civil de abajo» y « la sociedad civil de arriba», etc. Una vez más, sólo son síntomas los que se enuncian. Nunca se hace mención del problema que genera todos estos síntomas. No se formula ningún diagnóstico. Y los intelectuales marxistas, así como los que no lo son, no se han dado cuenta tampoco del doble error, no han visto que no enuncian diagnóstico y no han visto que ellos creen sinceramente, empero, que lo hacen.

 

Antonio Caballero, analista reconocido de la realidad colombiana afirma[7]: «Y hay que comenzar por curar la enfermedad que es la injusticia, y no solamente el síntoma que es, entre otras cosas, la guerrilla ». Es verdad que la presencia de la guerrilla sólo es, en cierto sentido, una consecuencia de la injusticia y, por tanto, un síntoma. Pero esto no impide que la injusticia no sea el diagnóstico de la enfermedad; no es la enfermedad, sino solamente, una vez y como siempre, uno de sus síntomas, un síntoma de grado superior (o un síndrome), cierto y, por tanto, capaz de engendrar automáticamente otros síntomas, pero no el diagnóstico. Por cierto, una página después en el libro citado, Caballero se contradice y se embrolla al decir: «…la solución no está en la guerrilla misma porque la guerrilla, al igual que los paramilitares sólo es el síntoma de la enfermedad y no la causa. De tal manera que el problema no se arregla con negociaciones ni con balas. Se arregla tratando las causas de la enfermedad que son la inequidad y la monstruosa injusticia económica y social del país. Y también la exclusión política que existe en Colombia desde siempre. »[8] Al síntoma -injusticia- se agregan los síntomas -inequidad- y -exclusión política-. Se llega así a esta habitual lista de síntomas que se toma como un diagnóstico, pero la pregunta sobre el nombre de esta enfermedad que genera, entre otras cosas, injusticia, inequidad y exclusión política, permanece sin respuesta. Se observará que Caballero no emplea el término de diagnóstico, mientras que en presencia de cualquier enfermedad, es necesario evocarlo. En esta ocasión, el problema tampoco está planteado correctamente.

 

En cualquier motor de búsqueda en Internet, se pueden cruzar las palabras « Colombia » y « diagnóstico » y se observa que el sentido asignado a la palabra diagnóstico siempre es el de estudio u observación. Incluso se encuentran títulos de estudios del tipo: « ¿Cómo diagnosticar a la DIAN? » La DIAN no es una enfermedad. No se puede diagnosticar a la DIAN. Pero se podría diagnosticar una enfermedad de la DIAN si estuviera enferma.

 

La presentación del informe del PNUD (Plan de las Naciones Unidas para el Desarrollo) que se podía leer en el sitio www.terra.com.co el 5 de mayo de 2003 describía este informe como un elemento clave para la comprensión del conflicto en Colombia y la elaboración de soluciones. Este informe se presentaba como resultado de un esfuerzo conceptual de gran amplitud y de una nueva metodología y, según el autor del artículo, estaría « en la línea de otras iniciativas fundamentadas en la convicción de que Colombia está sobre diagnosticada y que lo que necesita son políticas… ». Este informe dedica sus cuatro primeros capítulos al « diagnóstico del problema». En efecto, estos cuatro capítulos de diagnóstico son cuatro capítulos de descripción del conflicto armado, descripción detallada de la historia del conflicto, de su estado actual y de su complejidad. Una vez más, como podemos verlo, el término “diagnóstico” no se utiliza en su acepción médica sino para designar una descripción detallada del sistema. Y la sensación es que el sistema ya ha sido ampliamente descrito y que ya es hora de pasar a las políticas, a medidas terapéuticas. Es evidente que como no se ha formulado ningún diagnóstico verdadero (en el sentido médico del término), estas medidas sólo serán, infortunadamente, tratamientos sintomáticos. Un trabajo tan considerable termina así sin que la enfermedad de Colombia sea identificada. El título, torpe, de este informe era: La guerra, callejón con salida[9]. Para que haya una salida a la guerra, es necesario que esta sea considerada sólo como uno de los numerosos síntomas de una enfermedad de la sociedad colombiana, y que esta enfermedad sea reconocida, identificada. Sólo entonces se podrá esperar que el tratamiento sea eficaz.

 

Fernando Vallejo[10], por su lado, decía: “Colombia es un país sin remedio”. Antonio Caballero publicó una novela titulada: “Sin remedio”. En este libro, también habla de Colombia. Ambos se equivocan. No es sin remedio que se encuentra el país, es sin diagnóstico. Colombia está sin diagnóstico y, por tanto, sin remedio adecuado y, por el momento, sin curación. El asunto del tratamiento, del remedio, toma otro sentido cuando se hace el diagnóstico.

 

Así, la observación que faltaba y que se debe agregar a todas las que ya se han hecho sobre la humanidad, es que los seres humanos, a pesar de todos sus esfuerzos, no han logrado hacerse una idea precisa de qué enfermedad sufre la humanida. Ya se entrevé una de las razones que hacen que no se obtengan los cambios tan deseados.

 

Un gran autor del pensamiento sistémico, J. L. Lemoigne, escribía: "Se debe aprender a resolver primero el problema que consiste en plantear el problema.»[11] En medicina, y sin duda en sociología y en política, plantear el problema, se llama hacer el diagnóstico. El paso siguiente para los seres humanos es, entonces, la etapa del diagnóstico. De esto tratarán los otros capítulos.  

 

El simple hecho de darse cuenta que, hasta el momento, se han confundido los síntomas con el diagnóstico y que se ha pasado al lado de un verdadero diagnóstico de fondo es un progreso. También es una bella invitación para investigar.

[1] MORIN Edgar. La méthode, T 3, La connaissance de la connaissance. Points Seuil, Paris, 1986, p9-10.

[2] MONTENEGRO Armando, ESTEBAN POSADA Carlos. La violencia en Colombia. Alphaomega, Bogotá D.C., 2001, p 45.

[3] Periódico El Tiempo. 18 de noviembre de 2001.

[4] Periódico El Tiempo. 27 de julio de 2003.

[5] Periódico El Espectador. Semana del 27 de agosto al 2 de septiembre de 2006, p 17 A.

[6] Periódico El Tiempo. 15 de julio de 2001.

[7] CABALLERO Antonio. Patadas de ahorcado. Caballero se desahoga. Una conversación con JC Iragorri. Planeta, Bogotá, 2002, p 56 y 57.

[8] CABALLERO Antonio. Op. Cit. p 58.

[9] El título del PNUD, Callejón con salida, permitiría pensar que la guerra no es un callejón sin salida. Pero la guerra, definitivamente, no es un camino por el cual hay que pasar.

[10] Fernando Vallejo es el autor de “La virgen de los sicarios”

[11] LE MOIGNE Jean-Louis. La modélisation des systèmes complexes, Paris, Dunod, Afcet systèmes, 1990. Cité in LUGAN Jean Claude. La systémique sociale. PUF, coll. Que sais-je ?, N°2739, Paris, 1993, p104.

Lunes, 10 Abril 2017 20:47

Una encuesta sencilla

Para hacer evidente esta observación, basta con proponer una pequeña encuesta a los colombianos y a los observadores extranjeros. La encuesta es muy sencilla: sólo hay que plantear dos preguntas. Los resultados son muy reveladores.

La primera pregunta es: "¿Le parece que la humanidad está enferma?" Ante la situación bloqueada y tan dolorosa de la humanidad, esta pregunta es obvia, es totalmente legítima. A esta pregunta, la gran mayoría de los interrogados responde, sin dudar, en forma afirmativa. Algunas personas dudan en responder. Para ayudarles, se les pregunta: “¿Le parece que se encuentra en buena salud?” La respuesta, en este momento, siempre es negativa. Y se llega al acuerdo sobre el hecho de que la humanidad está enferma. Con frecuencia, se agrega espontáneamente un comentario decepcionado en cuanto al pronóstico de esta enfermedad (grave, terminal…). Esta primera pregunta invoca otra, aún más legítima: "Y según usted, ¿cuál es el diagnóstico de esta enfermedad?" En este momento, las cosas se ponen interesantes.

 

Los que se presten a esta encuesta observarán que las personas responden según su sensibilidad o su vivencia: "violencia” o “pérdida de valores” o “injusticia social” o “corrupción” o egoísmo” o “falta de amor” o “falta de sentido de lo divino” o “ausencia de política de Estado”... Es decir que enuncian uno o varios de los síntomas que presenta la humanidad. Decimos síntomas y no diagnóstico. En efecto, en medicina, hay una diferencia importante, y es lo que vamos a ver, entre describir síntomas y establecer un diagnóstico.

 

En este momento, es conveniente retomar la encuesta e insistir, así: « Lo que usted acaba de citarme es una serie de síntomas que presenta el país, pero lo que yo le pregunto es: ¿cuál es el diagnóstico de la enfermedad? ¿Cuál es el nombre de la enfermedad que produce todos estos síntomas? No le pregunto de dónde viene la enfermedad ni cómo o porqué comenzó, sólo cómo se llama».

 

Comparemos con un caso médico: una mujer joven, gestante, consulta por una erupción cutánea, algunos ganglios en el cuello, algo de fiebre y una leve alteración del estado general. ¿De qué enfermedad sufre? ¿Cuál es el diagnóstico? Diremos que lo que nos interesa no es ver los granos rojos y la fiebre (los síntomas), sino saber si se trata de sarampión, rubéola o roséola… (un diagnóstico). Si se tratara de una rubéola es claro que el feto estaría en gran peligro (rubéola congénita), y no hacer el diagnóstico y no avisar a la madre sobre los riesgos que corre sería una falta profesional grave y la involucraría en un sufrimiento de 60 años o más. En este caso, el médico no puede contentarse con observar los síntomas y prescribir una cremita y una aspirina (un tratamiento sintomático), debe llegar al diagnóstico, interrogando más a su paciente (antecedentes, estado de sus vacunaciones…), solicitando análisis de sangre, etc. El diagnóstico es la identificación de la enfermedad, el hecho de reconocerla y de darle un nombre, y no simplemente la observación de sus manifestaciones.

 

En este momento de la encuesta aparece una perplejidad en la persona interrogada. Comienza a entender que, de alguna manera, cayó en una trampa y que se espera de ella una respuesta en otro plano. Profundiza su reflexión, pero lo que propone se mantiene, una y otra vez, en el orden de los síntomas o permanece sin respuesta. Les personas repasan mentalmente los síntomas que conocen y, progresivamente, se dan cuenta que sólo son síntomas y no un diagnóstico y que la operación intelectual que ejecutan habitualmente no les permite responder con validez a una pregunta que, sin embargo, reconocen como fundamental.

 

Con frecuencia ocurre que se diga que la humanidad sufre de cáncer. Cuando la gente dice esto, quiere, sobre todo, evocar el pronóstico muy reservado que le atribuyen a su enfermedad y, además, para hacer referencia a un síntoma importante de la enfermedad de la humanidad que es la autodestrucción. Uno se imagina un cáncer al ver esa infiltración de la delincuencia, de la subversión y de la corrupción, su carácter devastador, su tendencia a producir metástasis y a la imposibilidad de erradicarlas. Sin embargo, para afirmar que se trata de un cáncer, habría que encontrar un tumor. La práctica de la fumigación de los cultivos de uso ilícito también nos hace evocar una quimioterapia y nos deja en el mismo tema. En efecto, estas características clásicas de la autodestrucción están presentes en un cáncer, pero, y este es el punto importante, no sólo en esta patología. La autodestrucción también es la característica central de esas patologías sorprendentes, las enfermedades auto inmunes, en las cuales el organismo, que no reconoce su propio yo, se ataca a sí mismo. La autodestrucción no es específica del cáncer.

Por lo tanto, no se puede deducir que el país sufre de cáncer sino, solamente, que está programado para su autodestrucción y esto, claro está, sólo es un síntoma. Y la pregunta acerca del diagnóstico sigue sin respuesta. Se agregará que Camboya también sufrió las exacciones de una guerrilla, los Khmers rojos, que mataron cerca de dos millones de sus conciudadanos: otro ejemplo inaudito de autodestrucción.  Si se tratara de un cáncer de la sociedad, Camboya (a pesar de la nueva plaga que la azota, el sida) no estaría recuperándose de esta hecatombe, ya estaría muerta. Más adelante veremos que el diagnóstico definitivamente no es éste. 

 

Una cardióloga me decía que Colombia padecía una insuficiencia cardiaca congestiva; una psiquiatra, una psicosis maniaco-depresiva. Luís Carlos Restrepo[1] evoca una depresión. Se trata, efectivamente, de tres diagnósticos, claro está, diferentes y con los colores de sus autores. Después veremos que la observación que conduce a estos diagnósticos es incompleta e inexacta y que tampoco estos diagnósticos corresponden a la situación del país.  

 

En el transcurso de esta encuesta, con frecuencia, aparece una afirmación que, evidentemente, tampoco es un diagnóstico, pero que merece ser tenida en cuenta por su recurrencia y por las implicaciones que puede tener: Se trata de esa percepción frecuente, generalizada, de que el estado de salud de la humanidad depende de cada uno de los seres humanos que la componen. Todo el mundo percibe aquí una verdad importante y, en efecto, es una. Pero, por supuesto, no es para nada un diagnóstico. Es un dato fundamental que tocará incluir, en un momento u otro, y lo incluiremos, en la investigación de la solución de los problemas de la humanidad.

 

Sin duda, el lector ya ha tenido tiempo de captar el interés de la pregunta sobre el diagnóstico. Con seguridad, habrá comprendido el sentido: ¿Cómo imaginar que algún día se aplique un tratamiento eficaz para la humanidad si no se ha establecido un diagnóstico preciso? ¿Cómo se podría esperar hacer un tratamiento eficaz si no se ha identificado, precisamente, lo que hay que tratar? La etapa del diagnóstico es fundamental y totalmente indispensable. Todo el mundo sabe que no se puede pasar por alto. Sin embargo...

 

Sin embargo, y en cierta medida, puede parecer inverosímil pero así es, ningún colombiano puede hacer algo diferente a enunciar síntomas cuando se le pide un diagnóstico (sólo algunos, tal vez más « prudentes » prefieren no responder).

 

Hacer un diagnóstico es identificar una enfermedad a partir de la observación completa de sus síntomas. Un diagnóstico se establece mediante la recolección del conjunto de síntomas que presenta el enfermo. Este conjunto de síntomas caracterizará tal enfermedad, otro conjunto, otra enfermedad. No es suficiente constatar una erupción cutánea (síntomas) en una mujer gestante, es indispensable saber si se trata de sarampión, rubéola o roséola (diagnóstico), ya que los riesgos y los tratamientos de cada uno son totalmente diferentes. Para evitar los errores de diagnóstico, se debe velar por que las observaciones sean completas, por no contentarse con observar granos rojos, síntomas, sino tener en cuenta todas las demás manifestaciones de la enfermedad. 

 

Para ser más completo sobre este tema técnico, se debe precisar que los médicos entienden por síndrome un conjunto de síntomas. Se habla de síndrome inflamatorio, de síndrome de destrucción celular (por ejemplo en las hepatitis virales, pero también en otras patologías). No es porque los síntomas están asociados que se convierten en un diagnóstico: siguen siendo síntomas o síndromes. En una hepatitis viral, se encuentra un síndrome inflamatorio (con todos sus síntomas), un síndrome de retención biliar (con todos sus síntomas, físicos y biológicos), un síndrome de lisis celular (con todos sus síntomas) etc. Por ejemplo, se podría decir que la violencia en Colombia es un síndrome. Los numerosos síntomas que comprende son las numerosas exacciones de la guerrilla, las igualmente crueles y frecuentes de los paramilitares, las de la delincuencia común, etc. La injusticia es otro síndrome, que engloba la concentración de la riqueza, la difusión de la pobreza, la corrupción y sus numerosas manifestaciones etc. Pero observar síntomas o síndromes, hacer listas o asociaciones no tiene, todavía, nada que ver con el enunciado de un diagnóstico.

 

[1] Luís Carlos Restrepo, médico psiquiatra, asumió el cargo de Alto Comisionado para la Paz en Colombia en el año 2002.

Hay personas que, llamadas a ser lúcidas, se contentan con ser inteligentes.

Luís Enrique Mejía

 

La humanidad sufre mucho. Todos aquellos que se interesan en ella y se asoman a su estado describen, de manera muy documentada, innumerables manifestaciones de este sufrimiento: criminalidad, pobreza, distribución inicua de las riquezas, corrupción, crisis del mundo rural, falta de líderes, pasividad, etc.[1] [2] La lista de los síntomas parece, infortunadamente, variada e interminable. Con una constante: el inmovilismo. Nada cambia, se trata siempre de la misma situación, de la misma historia brutal que se repite incansablemente.

 

De las muy numerosas observaciones que se hacen de la situación de la humanidad, hay una de capital importancia que se debiera hacer porque permitiría ver con mayor claridad. Pero, paradójicamente, parece que, hasta el momento, esta observación de base, fundamental, casi evidente y, sobre todo, tan llena de consecuencias, nadie la ha hecho.

 

[1] OSPINA William. Colombia: el proyecto nacional y la franja amarilla. La Hoja de Medellín, cartilla número cuatro, Medellín, diciembre 1996.

[2] PNUD, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Informe Nacional de Desarrollo Humano 2003. Callejón con salida. Sitio de Internet del PNUD Colombia, 2003.

 

Cuando uno se esfuerza por evaluar la energía de un sistema vivo, busca determinar su nivel de energía. Este es el balance cuantitativo. Si el sistema dispone de toda su energía, está en plenitud. Si no, está en penuria. Entre estos dos, hay todos los grados posibles.

 

La evaluación de la energía de un sistema vivo sólo está completa con su balance cualitativo. Este tema será tratado más adelante.

 

La penuria de energía en un sistema vivo se reconoce por la coexistencia de desorganización y de inmovilismo. Un sistema vivo está desorganizado y permanece desorganizado a pesar de todos sus esfuerzos por evolucionar. Los ejemplos de sistemas vivos en penuria abundan. En medicina, son esos pacientes que sufren desde hace tiempo de su intestino (colon irritable, diarrea crónica, secuelas de cirugía o de accidente…) o de su vejiga (cistitis a repetición…), o de su corazón (palpitaciones, dolores torácicos…) o cualquier otra patología. En sociología, tenemos el ejemplo típico de penuria con Colombia: este país sufre de una desorganización impresionante y de una imposibilidad de cambiar desesperante. Para volver al ejemplo de Colombia, este país es el modelo de penuria de energía, un caso de escuela. ¿Cómo explicar de otra manera la persistencia de los mismos comportamientos de fracaso (proceso de paz, lucha sin fin contra el narcotráfico, contra la corrupción, contra las inequidades sociales, por ejemplo) y la ausencia de fuerza de influencia de los colombianos que desean un cambio? Para que se inicie un cambio, y esa será la primera etapa, es necesario que los colombianos tomen consciencia de este hecho difícil de refutar: su país sufre de penuria de energía.

 

Una vez consciente de que sus sufrimientos están relacionados con esta penuria de energía, todo sistema vivo (un individuo, un paciente, una familia, un país, la humanidad…) que realmente busca un cambio, se ingeniará la manera para encontrar cómo procurarse las energías y las informaciones necesarias para la corrección de esta penuria.

 

El inmovilismo, la imposibilidad de cambiar se corrigen aportando al sistema las energías que le faltan. Si estas energías se reciben efectivamente, el sistema puede cambiar de nuevo, evolucionar, moverse; encontrará el dinamismo y la actividad que van a permitir el cambio. El aporte de energías a un sistema es la condición sine qua non del cambio.

 

La desorganización se corrige al aportar al sistema las informaciones que le faltan y al eliminar las informaciones que no le convienen. Si estas informaciones se reciben y se gestionan de manera adecuada, el sistema puede reorganizarse de nuevo y encontrar su adaptabilidad. El aporte de informaciones a un sistema y su gestión, son la condición sine qua non de su reorganización.

 

Un ejemplo ayudará a fijar más las ideas: el del laberinto. Para salir de un laberinto se necesita, a la vez, avanzar y orientarse. Para avanzar se requieren energías, para orientarse, informaciones. Si faltan unas u otras o ambas o si hay presencia de informaciones erróneas, es imposible salir del laberinto. Son numerosos los sistemas vivos humanos que no encuentran la salida.

 

Así, todo sistema vivo que se preste a estos aportes de energías y de informaciones saldrá poco a poco de la penuria y progresará hacia otro estado energético, netamente más favorable, netamente más agradable y mucho menos frecuente: la plenitud. Este estado de plenitud es el estado normal y deseable de los sistemas vivos humanos (individuales y colectivos), pero no es el estado habitual. Su situación habitual, en el estado actual de la humanidad, y desde hace tiempo, es la penuria. Situación habitual pero completamente anormal.

Vivir en plenitud es el resultado de una elección, de un trabajo y de un esfuerzo sostenido. Una elección individual si se trata de una persona, una elección colectiva, si, por ejemplo, se trata de un país. Pasar de la penuria a la plenitud representa una lucha contra un tipo de gravedad, eso no se obtiene solo, por obra del Espíritu Santo. Esto supone una elección, una determinación, esfuerzos y luchas, y ayuda. Esta última, hay que saber pedirla, escogerla y recibirla. La ayuda se refiere a los datos teóricos y prácticos que permitirán encontrar el camino y progresar.

 

Los seres humanos, así como Colombia, no tienen la energía que deberían tener. Están en penuria. Sin embargo, no sufren de vacío total, de extinción completa, que equivaldría a la muerte. De cierta manera, se puede evaluar la cantidad de energía de los humanos. Esta evaluación conduce a decir que el balance energético medio es del orden del 50 al 60%. Esto significa que los seres humanos sólo disponen en promedio de un poco más de la mitad de su energía normal. Se puede decir que no están en penuria absoluta, pero sí en una penuria suficiente para vivir mal; sin embargo, no lo perciben porque, a final de cuentas, hay algo de energía y, de todas maneras, la plenitud no es un referente habitual.

 

Un nivel tan bajo de energía nos expone a ser víctimas permanentes, a no poder encontrar nunca los recursos necesarios para los cambios que deseamos. De alguna manera, «a danzar sin cesar pequeñas músicas que no tenemos ganas de danzar ». En efecto, sobre esta Tierra quienes hacen la ley son los dictadores, los verdugos, los violentos y los corruptos. Dictan su ley y todo el mundo « danza ». Pagamos impuestos de guerra, aunque no queremos la guerra; el hospital no funciona porque personas corruptas han robado el dinero; más de 4.000 familias esperan con angustia un ser querido secuestrado, etc. Y en este mundo, los dictadores casi nunca son castigados. Está claro que, si, consciente o inconscientemente, escogemos ser víctimas, lo mejor, entonces, es no tener energía. El resultado no se hará esperar.

 

Si, por el contrario, estamos saturados de la pesadilla, si ya no nos reconocemos como víctimas (de la enfermedad, de la suegra o del guerrillero…), si queremos liberarnos y revivir, debemos crecer en energía, hacer positivo nuestro balance de energía (aumentar las entradas, disminuir las salidas, mejorar el rendimiento). Actualmente, dada la situación de la humanidad y lo que le espera a nuestros hijos, esta idea de crecer en energía no es estrafalaria, por el contrario. La utopía no es esforzarse en alcanzar una plenitud; la utopía es pensar que, con el poco nivel de energía que tenemos en este momento, vamos a cambiar nuestra situación, reorganizarnos, armonizarnos y asegurar cualquier futuro para nuestros hijos.

 

Es totalmente legítimo pensar en términos de plenitud, es completamente normal ocuparse de la energía propia (tanto de la energía personal como la de la familia o la de su país). La energía es una REALIDAD, una realidad sutil, cierto, pero una realidad; no es « el último vagón del tren », es la « locomotora ». Con la inspiración de A. Malraux[1], se puede decir: « El siglo XXI será el siglo de la energía (y de su plenitud) o no será. »

[1] André Malraux (1901-1976), escritor francés, hombre político, compañero del General de Gaulle.

Todo sistema vivo puede verse afectado por diferentes patologías. De la misma manera que se distingue la estructura de lo vivo de su energía, se observará que hay patologías propias de la estructura y patologías propias de la energía.  

Las patologías de la estructura pueden asimilarse a las lesiones. Las lesiones son visibles, como la estructura. La patología de la estructura de lo vivo es la patología lesional.

 

Las lesiones son variadas: fracturas, tumores, eczema, anemias, caries, malformaciones… La medicina moderna está muy bien equipada para abordar la patología por lesión, tanto en el plano diagnóstico como en el plano terapéutico. Y quienes tienen acceso a ella, quienes pueden pagarla, tienen mucha suerte. La medicina moderna dispone de toda una gama de medios de diagnóstico, desde el diagnóstico clínico, fruto del interrogatorio del paciente y del examen clínico (palpación, auscultación…). Los exámenes biológicos, anatomopatológicos, radiológicos, ecográficos, endoscópicos, electrocardiográficos… informan sobre el estado de la estructura física del paciente. La medicina moderna ofrece también a todos los que pueden pagar, medios de tratamiento notables: medicamentos, cirugía, radioterapia, odontología… ¡Uno no se atreve a imaginar como eran la cirugía y la dentistería antes del descubrimiento de la anestesia![1]

 

Puesto que la energía es lo que permite funcionar a los sistemas vivos, sus patologías son trastornos funcionales. Los trastornos funcionales son invisibles, como la energía, pero pueden ser muy dolorosos o incapacitantes. La patología de la energía de lo vivo es la patología funcional.

 

Las patologías de la energía se manifiestan como trastornos funcionales: un individuo funciona mal, su sistema digestivo funciona mal (por ejemplo: « el colon irritable »), una familia funciona mal (conflictos…), una empresa funciona mal (los clientes no vuelven, el responsable de las ventas es desagradable…), un país funciona mal (Colombia…), la humanidad funciona mal (se autodestruye).

 

Los trastornos funcionales son muy frecuentes y responsables de mucho sufrimiento. La medicina moderna no presta atención a la energía y tampoco tiene mucha consideración por los trastornos funcionales. Por cierto, a su favor, hay una explicación sencilla para este fenómeno. La medicina tradicional[2] ha prevalecido desde hace tiempo, por mucho tiempo fue la única disponible. Pero no logró nunca, por lo menos no a la escala de las colectividades, encauzar las patologías graves, las que comprometían la supervivencia del cuerpo, de la estructura. Nuestros ancestros morían de epidemias, de infecciones, las mujeres morían durante el parto, el más pequeño accidente se podía transformar en un drama, los medicamentos eran poco eficaces y no estaban disponibles, no existían los antibióticos…La patología por lesión, en este contexto, era la patología importante, la patología « noble ». La urgencia, para la humanidad, era perfeccionar una medicina que fuera eficaz en la preservación del cuerpo humano. Esto es lo que ofrecen ahora la higiene y la medicina moderna. Nos podemos alegrar y agradecer a las generaciones de científicos, de médicos y de investigadores; algunos de ellos dieron su vida para hacer progresar la medicina. Pero los progresos de la medicina moderna[3] ocultaron, al mismo tiempo, un trozo importante de la patología, la que no ve, la que no causa la muerte.

Todo lo que sólo es funcional merece poca, o ninguna, atención en medicina. En el medio médico, e incluso actualmente, persiste cierto desprecio por todo lo que es patología funcional, patología « de segunda categoría » y por toda forma de medicina que se interesa en ella y también, infortunadamente, por los pacientes afectados. Los médicos con frecuencia se sienten fracasados con estos pacientes cuya patología no entienden y para la cual no tienen respuesta terapéutica y no les gusta sentirse fracasados. Se podría creer que una mujer que tiene tres crisis de migraña por semana no va a morir, pero no es verdad. Cierto, esta patología no va a poner en peligro la supervivencia de su cuerpo. Pero su muerte es de otro tipo, es una muerte social. Esta persona está viva, pero no vive. Funciona tan mal que se pregunta: « ¿Para qué vivir? » Ejemplos de este tipo, los médicos los ven por miles todos los días.

 

Se ha volteado una página en medicina. Nos alegramos de todas las victorias pasadas, presentes y futuras sobre la patología lesional, pero « ahora que la urgencia pasó », le damos importancia a la mejoría del funcionamiento de los individuos y de las colectividades, somos conscientes de nuestro deber de dedicarnos también a la comprensión y al tratamiento de las patologías funcionales que son tan numerosas y tan dolorosas. ¿Para qué disponer de una buena estructura, si funciona tan mal? ¿No es exasperante que un país como Colombia, con una estructura tan excepcional, funcione así de mal?

 

Un trastorno funcional siempre se manifiesta por dos síntomas : uno relacionado con la alteración de la organización y otro relacionado con la alteración del campo energético.

 

El primer signo de todo trastono funcional es la desorganización. En medicina, se encuentran desorganizaciones físicas (trastornnos digestivos, palpitaciones, dolores…), desorganizaciones emocionales (tristeza, miedo, ansiedad, estados depresivos…), desorganizaciones mentales (confusión, ilusiones, trastornos de la memoria…) y desorganizaciones sociales (o del cuerpo social del paciente: conflictos, soledad, desempleo…). Existen todas las formas de desorganizaciones: pequeñas, medianas, grandes, aisladas, combinadas… En medicina de la Energía, ciertos pacientes se presentan con un buen nivel de organización, pero buscan mejorar más. Se puede prevenir una desorganización al actuar de manera preventiva sobre la energía. Si no, se estaría reducido a actuar de forma curativa, cuando la desorganización y el sufrimiento ya están instalados. Puesto que la función principal de la organizacíón es la adaptación, toda desorganización se va a traducir también en desadaptación (física, emocional, mental o social).

 

El segundo signo de todo trastorno funcional está relacionado con la alteración del campo energético y, por lo tanto, con la alteración de sus funciones, como son asegurar el dinamismo, la actividad, los movimientos, la evolución. Un sistema sin energía, al igual que un carro sin gasolina o un aparato eléctrico sin electricidad, ve disminuir, y finalmente desaparecer, su dinamismo y su fuerza y cesar su actividad. Un sistema sin energía se inmoviliza y se encuentra en imposibilidad de cambiar. No es que el sistema no quiera cambiar, es que no puede. No es una cuestión de mala voluntad, sino de falta de energía.

 

Todo trastorno funcional en un sistema vivo se manifestará entonces, a la vez, por una desorganización y por una imposibilidad de cambiar o inmovilismo.

 

[1] En el año 1842

[2] Tradicional: originada en una tradición, como la acupuntura, la medicina ayurvédica, entre otras.

[3] Medicina moderna: por oposición a medicina tradicional.

Este aspecto ternario de la realidad de todo organismo se encuentra en todas las etapas de lo vivo.

En el ser humano

En el ser humano, la estructura es, por supuesto, el cuerpo físico. Cada uno de los seres humanos posee una estructura física, más o menos sólida, más o menos armoniosa. El campo energético (que con frecuencia se llama « aura ») es responsable de la vida en esta estructura, del funcionamiento, del dinamismo, de los movimientos, de las transformaciones, de los cambios. La estructura y el campo energético están organizados. De esta organización, buena o mala según el estado de salud de la persona, dependen la adaptación del individuo, su supervivencia, su eficacia social, y, en el límite, su consciencia.

 

El mismo esquema se aplica al psiquismo. Hay una estructura psíquica. Una psicosis podría ser considerada como una lesión, una fractura de esta estructura, mientras que una neurosis sólo sería un trastorno funcional. Existe un dinamismo psíquico, debido a una energía psíquica, responsable, por ejemplo, de la tonalidad afectiva de base (la moral) pero esencialmente del funcionamiento psíquico. Existe una organización psíquica. Según su estado, más o menos bueno, habrá o no una adaptación psíquica. Se observa, por ejemplo, que ciertos duelos brutales, inesperados, superan las facultades de adaptación de la persona, ésta se desorganiza psíquicamente y la vida, para ella, se detiene en gran parte.

 

En una empresa, los hombres constituyen la estructura, esta depende del mercado del trabajo. El dinamismo está asegurado por el poder financiero de la empresa (los capitales y su rentabilidad) que depende del mercado de los capitales. La empresa se auto-organiza para alcanzar su objetivo, su finalidad y para satisfacer las exigencias del mercado de lo servicios, de los bienes de consumo o de inversión, mediante la selección de las técnicas de producción.

 

En una democracia

En una democracia, el legislativo representa al pueblo (la estructura), el ejecutivo ejerce el poder (la energía) y el poder judicial vela por el respeto de un ideal de vida en común, en miras de un proyecto de civilización (auto-organización).

 

« Las sociedades tradicionales…estaban fundadas, en general, sobre un equilibrio entre las necesidades del pueblo, el poder de una aristocracia o de una realeza y la autoridad espiritual de una iglesia o religión unánimemente respetada. Desde que la Iglesia perdió su credibilidad y desde la separación de la Iglesia y del Estado, la vida política se resume en un dualismo entre una « derecha » que detenta el capital y una « izquierda » que representa las reivindicaciones del pueblo »[1] . Sin embargo, el equilibrio de la sociedad se mantiene, en las democracias, por la instauración del poder judicial.

 

En medicina

El esquema de Paul Meier permite comprender la especificidad y la clasificación de los medios de tratamiento que se utilizan en medicina. En efecto, se distinguen tres tipos de procedimientos terapéuticos: los que utilizan sustancias (la medicina moderna, llamada también alopatía, no se concibe sin medicamentos o sin procedimientos que intervienen sobre la estructura, como la cirugía, la radioterapia, la odontología…), los que administran energías (acupuntura, auriculomedicina…) y los que manejan informaciones (homeopatía, auriculomedicina, psicoterapias…). Cada uno de estos medios terapéuticos tiene su razón de ser y se dirige a un tipo particular de patología. No son intercambiables. En realidad, son complementarios. Sin embargo « la medicina moderna, centrada en el estudio exclusivo de las estructuras materiales, acumuló un retardo conceptual importante con respecto a las ciencias físicas. No reconoce la importancia de los campos energéticos ni del tratamiento de las informaciones en la organización de los sistemas biológicos, aunque estas nociones hagan parte integrante de las tecnologías (Resonancia Magnética Nuclear) que utiliza para crear sus imágenes de la estructura material del cuerpo humano ».[2]

 

Este retardo conceptual es el mismo en casi todas partes. Tanto en medicina como en sociología, uno no logra representarse el campo energético como una realidad. Una realidad sobre la cual uno se podría apoyar para comprender y, llegado el caso, modificar lo que genera: el dinamismo y el comportamiento del sistema (individuo o sociedad). En medicina se observan órganos, pero no se presta atención a las organizaciones. De esta manera, se dejan trozos enteros de la realidad en la sombra. Y como resulta que es allí, en estas zonas aún oscuras del conocimiento que perdimos nuestras llaves, no es sorprendente que nuestros pacientes sigan funcionando mal y que nuestras sociedades den vueltas en círculo en sus laberintos.

[1] MEIER Paul. Les trois visages de la vie, Op. cit. p 223.

[2] MEIER Paul. La logique du système vivant; une formulation nouvelle des principes de la logique. Bul. de l’AIEV N° 2, avril 1995.

Lunes, 10 Abril 2017 19:18

Los tres constituyentes de la vida

Todo sistema vivo está constituido por tres partes [1] : su estructura, su campo energético y su organización. Para conocer un sistema vivo, para comprender el funcionamiento y estudiar sus patologías, conviene entonces, prestar atención a estos tres constituyentes.

 

La estructura

Es la parte material, tangible, estable, del sistema (el cuerpo físico para un individuo, el territorio y la infraestructura para un país, las oficinas, los talleres, las herramientas, etc. para una empresa). La inercia de la estructura representa, en un sentido, una limitación, un peso, para lo vivo, pero al mismo tiempo, de ella depende la permanencia de la identidad del sistema, su conservación, su estabilidad (el color de los ojos o los rasgos principales del rostro no cambian en el curso de la vida).

 

La estructura está formada y se alimenta de sustancias, ellas mismas tangibles, tomadas del entorno y que asimila (agua, aire, alimentos, medicamentos…).

 

El campo energético

Todo sistema vivo dispone de un campo energético. En un cadáver, ya no hay campo. El campo energético de un sistema vivo es responsable de su vitalidad, de su dinamismo, de su actividad, a la imagen del campo magnético de un imán que permite la actividad de este último. Interviene en sus movimientos, su transformación, su evolución, sus cambios y su crecimiento.

 

La noción de campo energético no es tan evidente como la de estructura por la simple razón de que es de acceso difícil, incluso muy difícil. El campo magnético de un imán, de la misma manera, tampoco es de acceso tan fácil como el de la estructura; sin embargo, nadie pensaría actualmente al estudiar un imán en limitar el estudio sólo a su estructura. Quienes estudian sistemas vivos (médicos, psicólogos, sociólogos…), cuando tienen la apertura de espíritu suficiente para aceptar la hipótesis de la realidad de tal campo, se les ofrece las condiciones de una comprensión más profunda de lo vivo. La sutileza del campo energético hace que ciertas personas lleguen a negar su existencia, pero para hacerlo, ¡utilizan precisamente este campo energético cuya existencia pretenden negar! La mayoría de las personas, sin embargo, admite la posibilidad de la existencia de dicho sistema de fuerza, pero, en razón de la sutileza misma del campo, tiene dificultad, lo cual es totalmente comprensible, para hallar sobre él datos de cierta precisión o coherencia.

 

El campo energético se alimenta de energías: en el caso del ser humano, recibe sus energías esencialmente de:

 

1. la naturaleza, con las energías del sol en primer lugar, las de un bosque (uno entra a un bosque y uno sale diferente), las de un árbol, las de una fruta fresca o de alimentos frescos (se está dispuesto a pagar cierta suma de dinero por tomates frescos, pero ni un centavo por tomates pasados)

 

2. las relaciones interhumanas, por ejemplo la energía de la mamá, la energía del partido político, la energía del país… La condición es que estas relaciones sean buenas, es decir respetuosas. Si las relaciones son de mala calidad, hay que cortarlas y, si no es posible cortarlas, llegar de una manera u otra a imponer el respeto. En caso contrario, estas relaciones irrespetuosas (agresivas, despectivas, culpabilizadoras, desestabilizadoras…) vacían y agotan la energía de quienes las toleran y, de todas maneras son de poca utilidad para el agresor, ya que siempre estará insatisfecho y frustrado (mientras que no viva de su propia energía).

 

3. el contacto con lo Absoluto a través de la meditación, la concentración, el Yoga, la oración… Todos los que tienen cierta práctica de vida interior han experimentado esos aportes agradables y fundamentales de energía y, con frecuencia, claro está, ya no podrían dejarla de lado.

 

4. la Medicina de la Energía: un médico formado en este tipo de medicina puede y debe proporcionar a su paciente las energías que le faltan. En la medicina de todos los días, hay grandes necesidades de energía, una gran demanda y poca oferta. Un médico que no conoce este aspecto de lo vivo permanece sordo a estas necesidades esenciales de sus pacientes.

 

Estas energías, como el campo del cual se alimentan y con el cual interactúan, son, también, de acceso difícil; requieren, para ser conocidas o reconocidas, una formación y una atención particulares.

 

La organización

Lo vivo funciona en modo de auto-organización. Algunos consideran esta capacidad de auto-organización casi como la definición de lo vivo. La cicatrización, por ejemplo, es una forma de auto-reorganización, que no hace intervenir para nada a la voluntad del sujeto. Un sistema vivo, a diferencia de las máquinas artificiales, tiene capacidad de generatividad, es decir que puede auto-reproducirse, auto-producirse y auto repararse.[2] Una máquina no puede autor regenerarse. Los sistemas vivos, en cambio, están en estado de reorganización permanente. En estado de auto-organización y de auto-reorganización permanentes. Las sociedades también se auto-organizan.

 

La organización de un sistema no es tangible (se puede ver y tocar un órgano, no se puede ver ni tocar una organización) y se caracteriza por su complejidad. Para percibir esta complejidad, es necesario disponer de una visión amplia, una especie de giro mental que Joël de Rosnay[3] llamaba muy elegantemente el « macroscopio » o que, de acuerdo con Edgar Morin[4] se designa como « el pensamiento complejo ».

 

La organización de lo vivo le permite su adaptación y su evolución, funciones esenciales en un ser que quiere permanecer vivo en un medio difícil. Si no se reúnen las condiciones para que la organización de mantenga, el sistema se desadapta e involuciona.

 

Una organización se nutre de informaciones, algo así como un computador alimenta de datos su organización (si todas las informaciones necesarias están presentes y son buenas, funciona bien; si le faltan o si son malas –virus-, el computador no funciona o se desorganiza). Una persona desarrolla una bronquitis porque se resfrió al salir por la noche. Para designar esto, los chinos tienen un término muy evocador, hablan de « energías perversas ». Se puede considerar que al menos el 10% de los franceses sufre de alteración de su estado general y de dolores reumáticos cuando, en invierno, el tiempo cambia o va a cambiar a lluvia. Tienen una vulnerabilidad a la «información-humedad ». La humedad se vuelve « perversa » para ellos y los desorganiza. Si no pueden administrar esta información, siguen sufriendo. En la era de la informática, no se habla más de energías perversas, sino de virus. No se habla más de « brujos », sino de « hackers ». En cuanto al ser humano y sus sociedades, otros « virus » son, por ejemplo, el miedo y la culpabilidad, que falsean sensiblemente el funcionamiento de los individuos o de los grupos; también son las ideologías, o la racionalización, o las confesiones, que pueden desorganizar los seres humanos, las parejas, los partidos, las sociedades.

 

De la misma forma que las energías, las fuentes de informaciones son esencialmente:

 

1. la naturaleza, con, por ejemplo, las informaciones-humedad de las que hablábamos antes (diez días de sol o diez días de lluvia, no son las mismas informaciones), las de los diferentes alimentos (uno « se engancha » con ciertos alimentos y no con otros; el instinto alimentario, cuando no está falseado, nos invita a comer ciertos alimentos, a veces en gran cantidad, porque el cuerpo los necesita). El roble tiene sus informaciones, el eucalipto tiene otras. Los condimentos agregan sus informaciones a los platos a los que se agregan…

 

2. las relaciones interhumanas que nos aportan cantidades de informaciones, verbales (mediante la palabra, el discurso, el escrito) y no verbales[5] (a través de la actitud, el comportamiento, la sonrisa o la ausencia de sonrisa, la manera de vestirse, de desplazarse, etc.). El cambio de comportamiento de una persona, por ejemplo, obliga a reconsiderar sus posiciones, su organización: « ¡Hace diez días que mi novia no me sonríe! » El miedo y la culpabilidad, como lo decíamos atrás, son informaciones « perversas ». Tienen un carácter tóxico, desorganizan a la persona que les dejó invadir su sistema. La mayoría de las informaciones son recibidas inconscientemente y permanecen inconscientes.

 

3. el contacto con lo Absoluto (a través de la meditación, la concentración, el Yoga, la oración…) permite recibir informaciones de primer orden, a través de intuiciones, visiones, nuevos puntos de vista, de enfoque.

 

4. la Medicina de la Energía: un médico formado en este tipo de medicina puede y debe proporcionar a su paciente las informaciones que le faltan y hacer desaparecer las informaciones perversas que lo parasitan (cicatrices, secuelas de enfermedades, recuerdos pesados, remordimientos, temores, vergüenza…el karma…). En la época de Internet, es más fácil que antes hacer comprender las nociones de « formateo del disco duro » (limpieza y liberación de nuestras memorias) y de « telecarga de archivos » (enriquecimiento del sistema con informaciones a través, por ejemplo, la meditación, lo que supone una conexión con una « Memoria Central » o algún « Eternet »[6] ). En consulta, si una persona «perdió el Norte», si ya no se encuentra en su vida, si no sabe cómo llevar su situación, el médico la ayudará a reorganizarse al darle de nuevo « el Norte» que no es otra cosa que una información. En la medicina de todos los días, sólo se ve desorganización; los pacientes tienen grandes necesidades en este campo. Vienen a buscar estas informaciones, algunas verbales, pero sobre todo no verbales, que son indispensables para encontrar esta organización que perdieron. Un médico que no conoce este aspecto de lo vivo permanece sordo a estas necesidades.

 

Todas estas informaciones, como la organización que alimentan y con la cual interactúan, son, también por su sutileza, de acceso difícil: requieren, para ser conocidas y reconocidas, una metodología específica, una formación y una atención particulares.

 

La máquina viva y la máquina artificial funcionan aplicando un programa (conjunto de informaciones), la diferencia entre ellas sólo reside en que la primera auto produce su programa, mientras que la segunda la recibe de su creador. Agreguemos que lo vivo dispone también de la posibilidad de elaborar estrategias para luchar contra el desorden y lo aleatorio[7].

 

Los sistemas inestables tienen la propiedad de formar estructuras nuevas con la condición de ser alimentados con estas influencias mínimas pero coherentes que son las informaciones. Un sistema vivo puede, así, a partir de un estado de indeterminación o caos, permitir la emergencia de un nuevo orden, de una nueva organización, si recibe las informaciones necesarias.

 

Estas dos partes que acabamos de examinar, el campo energético y la organización no se ven, no son tangibles. Esta es la parte invisible e intangible del sistema vivo que se llama, de manera simplificada, su energía. La energía vital se presenta así no solamente como un dinamismo (el campo), sino también como un conjunto de informaciones (la organización). Esta es la parte del ser que administran los profesionales de la energía. A esta parte sutil pero, sin embargo, accesible, se dirige la Medicina de la Energía. La medicina moderna conoce bien la estructura del ser vivo, tiene numerosos medios para observarla y curarla, pero ignora totalmente la existencia de la energía (campo y organización), no comprende las patologías de la energía y no sabe curarlas.

 

Se insistirá sobre una “evidencia”: un ser humano no se alimenta únicamente de sustancias. También necesita recibir energías para su actividad e informaciones para su organización. Así, todo el esmero que ponemos en escoger nuestros tomates y nuestras lechugas para alimentarnos, también deberíamos dedicarlo a vigilar la calidad y la cantidad de las energías y de las informaciones que también hacen parte integrante de nuestra alimentación, que aseguran nuestro funcionamiento y que, en ausencia de ellas, podemos estar seguros de que sufriremos. 

 

                                                                    

[1] MEIER Paul. Les trois visages de la vie, Op. cit. p 176.

[2] MORIN Edgar. Science avec conscience. Points Seuil, nouvelle édition Sciences, Paris, 1990, p 102.

[3] ROSNAY (de) Joël. Le macroscope. Vers une vision globale. Points Seuil, Paris, 1975, p 9.

[4] MORIN Edgar. La complexité humaine. Flammarion, Champs-L’Essentiel, Paris, 1994.

[5] HALL Edward T. La dimension cachée. Points Seuil, Paris, 1971.

[6] Eternet: construcción verbal, juego de palabras que establece una analogía con la red de Internet pero que se refiere a la eternidad.

[7] MORIN Edgar. Science avec conscience. Op. Cit. p 102.

Los sistemas vivos obedecen a una lógica que les es propia, que no es la de los objetos inanimados. A grandes rasgos, se pueden distinguir dos elementos en todo sistema vivo: su estructura y su funcionamiento. Una primera observación del « sistema Colombia » muestra que no es tanto su estructura la que está alterada sino su funcionamiento. La estructura de Colombia, es decir su territorio, su geografía, su clima, su población, su fauna, etc. son, más bien, globalmente de gran calidad. Se podría agregar que la infraestructura, deja un poco que desear, que falta mucho alojamiento social digno, que los puentes que la vetustez no ha derrumbado, la guerrilla los termina, etc. Pero, globalmente, a pesar de todo, el problema de Colombia no reside en su estructura, que es bella, magnífica, sino en su funcionamiento, el cual es deplorable.

Hasta el momento, nuestra civilización materialista, globalmente, sólo ha prestado atención a la estructura de lo vivo y, por lo tanto, no ha podido, por razones históricas o existenciales, comprender bien su funcionamiento. La vieja tradición racionalista marcó el desarrollo del pensamiento y de la ciencia, desde la Antigüedad greco-latina. Está en el origen del método científico que ha dado su impulso a la ciencia. Pero el método científico tiene sus límites. Precisamente por estar sometido al principio materialista o positivista, al principio reduccionista y al principio determinista, que son sus axiomas[1], el método científico sólo ofrece acceso a uno solo de los elementos constitutivos de lo vivo: su estructura. Todo lo  que depende de su funcionamiento, es decir de su organización (o de su desorganización), de su evolución, de sus cambios, de su adaptación, de su vitalidad, sin hablar de la cuestión fundamental del sentido, todo lo que es del orden de lo dinámico, de lo fundamental, de lo complejo, de lo global y de lo indeterminado, escapa obligatoriamente a este método científico, lo que no le impide a la ciencia, infortunadamente, presentarse como una referencia universal, cuando sólo es una herramienta interesante. Una herramienta apta para la visión estática de objetos simples, pero inadecuada para la visión dinámica de los sistemas complejos[2].

 

Sólo recientemente comenzaron a aparecer estudios, trabajos, explicaciones sobre el funcionamiento de lo vivo y su lógica. Es lo que se ha llamado la « nueva ciencia», o ciencia de segunda generación, que comprende, entre otras, la teoría del caos y la dinámica de los sistemas complejos, que permiten ahora progresar en la comprensión de esta lógica de lo vivo.

 

La visión que el hombre tiene de sí mismo y de su mundo ha sufrido varias revoluciones, que le han hecho sentir, cada vez, cierta humillación[3]. « La revolución copernicana llevó a nuestra tierra de la posición del «centro del mundo» (en nuestros espíritus) a una posición más modesta de un planeta en un sistema solar. La revolución darwiniana reubicó al hombre en el seno del reino animal. La revolución psicoanalítica mostró que el hombre, ese animal supuestamente razonable, con frecuencia es incapaz de controlar su inconsciente »[4]

El advenimiento de esta ciencia de lo vivo es la última revolución: ¡ya era hora de que la ciencia se interesara por la vida! Es un nuevo instrumento que debería ayudar a la humanidad, sistema complejo, a aprender a vivir en armonía consigo misma y con este otro sistema complejo que es la naturaleza, sin lo cual todas nuestras pretensiones de inteligencia, de consciencia serán, una vez más y, esta vez en forma definitiva, humilladas.

 

No está entre mis propósitos extenderme sobre la teoría de los sistemas, la del caos, sobre la complejidad humana. Remito a los maestros en la materia o a esos autores que han sabido facilitarnos la comprensión de estos temas: Ilya Prigogine, Edgar Morin, Henri Atlan, Jean Piaget, François Jacob, Abraham Moles, Ludwig Von Bertalanffy, Joël De Rosnay, Jean Louis Le Moigne, Trinh Xuan Thuan, Francisco Varela, Christopher Langton, Jean Louis Deneubourg, Ivar Ekeland, James Gleick y tantos otros…Sus trabajos son del mayor interés y sus obras son las referencias obligadas.

 

Para comprender esos seres vivos que encuentro a diario, para « verlos » como tales, me siento inclinado a apoyarme en un modelo sistémico de los seres vivos que me parece de gran interés y con el cual invito al lector a familiarizarse. Vamos a presentarlo en los párrafos siguientes. Este modelo se revela muy útil para hacer resaltar los elementos teóricos fundamentales con respecto a este tema: se trata del Modelo de Integración Funcional de los sistemas vivos autoorganizados (MIF) de Paul Meier[5]. Este modelo es muy pertinente. Es una síntesis de los datos de la ciencia clásica y de esta ciencia de segunda generación. También es un puente entre los saberes de la Ciencia y la riqueza de la Tradición. Además, este modelo, esencialmente teórico, también tiene traducciones concretas muy útiles en la práctica médica corriente, tanto para el médico como para el paciente. Es una rejilla de lectura que permite « ver lo vivo ». Puesto que Colombia es un sistema vivo, sería conveniente familiarizarse con esta manera de mirar lo vivo, sería bueno desarrollar este tipo de « visión de la complejidad de lo vivo» para evitar cometer el error de reducirlo a categorías sencillas (lo que E. Morin llama «el paradigma de simplificación »).

Modelo de integración funcional

 

[1] Axiomas o principios fundamentales: « presupuestos no demostrables que constituyen la base de todo razonamiento posterior. Nunca se expresan como tales pero permanecen sobrentendidos en el discurso científico». MEIER Paul. La logique du système vivant. in Bulletin de l’AIEV N°2, 1995.

[2] ROSNAY (de) Joël. Le macroscope. Vers une vision globale. Points Seuil, Paris, 1975, p 109.

[3] Sólo existen dos remedios para el orgullo: la humildad o la humillación.

[4] DURAND Daniel. La systémique. PUF, Que sais-je ? N° 1795, Paris, 1983, p 4.

[5] MEIER Paul. Les trois visages de la vie. Marco Pietteur, Liège, 1996.

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