Introducción - El diagnóstico de la enfermedad de la humanidad

Cuando se les pregunta sobre el diagnóstico de la enfermedad de la humanidad, los humanos expresan espontáneamente su percepción de la enfermedad y generalmente sólo evocan síntomas relacionados con el exceso de Yang: violencia, corrupción, egoísmo, individualismo, repartición inicua de la riqueza, ley del más fuerte… Las respuestas giran siempre alrededor de lo que se podría llamar, en términos simbólicos, la « presencia de la Bestia ». Para ellos el problema de la humanidad es « la presencia de la Bestia ». Al escucharlos, se ven las garras que esta Bestia ha plantado en todas las partes de esta sociedad, se resienten estos dolores acumulados, el sufrimiento crónico de esta sociedad. No sorprende entonces la pregunta que viene en seguida al espíritu de cada uno: “¿Qué se debe hacer para acabar con esta Bestia, como deshacerse de ella?” Esta pregunta está en todos los corazones, en todos los labios. Es comprensible. Y es totalmente legítima. Pero los seres humanos que ven todos los días, en su vida o en los noticieros televisados, las manifestaciones de agresividad de « la Bestia » y que piensan que el problema es su presencia, están equivocados. Aunque la Bestia esté realmente presente, así parezca sorprendente, el problema de la humanidad no es « la presencia de la Bestia ».

El problema de la humanidad es « la ausencia de La Bella ». En efecto, el problema de de la humanidad es la energía que le falta. En un sistema vivo, siempre es la energía faltante la que crea el problema. Es la penuria de su energía Yin la que origina todos los males de la humanidad. En un hemipléjico, el lado paralizado es el que causa problemas, no el otro. Es la penuria de Yin la que conlleva al exceso de Yang, « la presencia de la Bestia », y no a la inversa. Esta no es la causa sino la consecuencia de esta penuria de Yin. El exceso de Yang no es más que un intento de « compensación » del déficit de Yin; tentativa, claro está, condenada al fracaso. 

 

Varios argumentos abogan a favor de esta tesis. Ahora los vamos a estudiar.

 

Pero, antes, habría que agregar una precisión: La Bella no está muerta, sólo está dormida. No está muerta, porque en nuestra realidad ordinaria, el Yin no puede desaparecer, el Yang no se puede quedar solo. Nuestra realidad de todos los días está marcada con el sello de la dualidad. Siempre persisten los dos elementos complementarios Yin y Yang. Lo que varía son sus proporciones respectivas, en función de las circunstancias. En el presente caso, se trata de un déficit de Yin, pero no de su ausencia; de una debilidad de La Bella, de su sueño pero no de su muerte.

Precisemos también que la escala de este desequilibrio es particular. Se trata de un desequilibrio Yin/Yang en el tiempo y en el espacio. En el espacio, en el sentido de que este desequilibrio afecta a toda la humanidad (pero entre los reinos de la Naturaleza, solamente a ella). En el tiempo, en el sentido de que este desequilibrio afecta a la humanidad desde hace milenios. Aunque la prehistoria evoca la existencia de sociedades matriarcales, la historia es la de la instalación de las sociedades patriarcales, en desequilibrio YANG/yin. Más exactamente, Humberto Maturana[1] sitúa la aparición del desequilibrio patriarcal en la época en la cual los Lapones, por razones que merecen ser precisadas, pasaron de ser nómadas, que seguían los rebaños de renos y se nutrían de ellos (como el lobo), a pastores, lo que implica que se apropiaron de estos rebaños y el lobo se convirtió en el enemigo que tocaba eliminar. Se refiere a los estudios arqueológicos realizados en la cuenca del Danubio que muestran que los primeros signos de una cultura patriarcal aparecen hace unos cinco mil años antes de JC pero que antes, y por un periodo de dos a tres mil años, no hay rastros de patriarcado, de fortificaciones, de armas, de sepulturas diferentes para hombres y mujeres sino de sitios ceremoniales para actividades místicas que contenían representaciones femeninas[2]. Françoise Gange muestra que la cultura patriarcal apareció con la civilización sumeria, tres mil años antes de JC y que se reforzó progresivamente hasta establecerse definitivamente con los Hebreos y los Griegos[3].

 

El sueño de La Bella es entonces una antigua constante de la humanidad, una realidad histórica y universal.

[1] MATURANA Humberto. El sentido de lo humano. op. cit., p 313.

[2] Ibid., p 310.

[3] GANGE Françoise. Avant les dieux, la Mère universelle. op. cit., p 15.