Patología estructural (“lesional”) y patología funcional

Todo sistema vivo puede verse afectado por diferentes patologías. De la misma manera que se distingue la estructura de lo vivo de su energía, se observará que hay patologías propias de la estructura y patologías propias de la energía.  

Las patologías de la estructura pueden asimilarse a las lesiones. Las lesiones son visibles, como la estructura. La patología de la estructura de lo vivo es la patología lesional.

 

Las lesiones son variadas: fracturas, tumores, eczema, anemias, caries, malformaciones… La medicina moderna está muy bien equipada para abordar la patología por lesión, tanto en el plano diagnóstico como en el plano terapéutico. Y quienes tienen acceso a ella, quienes pueden pagarla, tienen mucha suerte. La medicina moderna dispone de toda una gama de medios de diagnóstico, desde el diagnóstico clínico, fruto del interrogatorio del paciente y del examen clínico (palpación, auscultación…). Los exámenes biológicos, anatomopatológicos, radiológicos, ecográficos, endoscópicos, electrocardiográficos… informan sobre el estado de la estructura física del paciente. La medicina moderna ofrece también a todos los que pueden pagar, medios de tratamiento notables: medicamentos, cirugía, radioterapia, odontología… ¡Uno no se atreve a imaginar como eran la cirugía y la dentistería antes del descubrimiento de la anestesia![1]

 

Puesto que la energía es lo que permite funcionar a los sistemas vivos, sus patologías son trastornos funcionales. Los trastornos funcionales son invisibles, como la energía, pero pueden ser muy dolorosos o incapacitantes. La patología de la energía de lo vivo es la patología funcional.

 

Las patologías de la energía se manifiestan como trastornos funcionales: un individuo funciona mal, su sistema digestivo funciona mal (por ejemplo: « el colon irritable »), una familia funciona mal (conflictos…), una empresa funciona mal (los clientes no vuelven, el responsable de las ventas es desagradable…), un país funciona mal (Colombia…), la humanidad funciona mal (se autodestruye).

 

Los trastornos funcionales son muy frecuentes y responsables de mucho sufrimiento. La medicina moderna no presta atención a la energía y tampoco tiene mucha consideración por los trastornos funcionales. Por cierto, a su favor, hay una explicación sencilla para este fenómeno. La medicina tradicional[2] ha prevalecido desde hace tiempo, por mucho tiempo fue la única disponible. Pero no logró nunca, por lo menos no a la escala de las colectividades, encauzar las patologías graves, las que comprometían la supervivencia del cuerpo, de la estructura. Nuestros ancestros morían de epidemias, de infecciones, las mujeres morían durante el parto, el más pequeño accidente se podía transformar en un drama, los medicamentos eran poco eficaces y no estaban disponibles, no existían los antibióticos…La patología por lesión, en este contexto, era la patología importante, la patología « noble ». La urgencia, para la humanidad, era perfeccionar una medicina que fuera eficaz en la preservación del cuerpo humano. Esto es lo que ofrecen ahora la higiene y la medicina moderna. Nos podemos alegrar y agradecer a las generaciones de científicos, de médicos y de investigadores; algunos de ellos dieron su vida para hacer progresar la medicina. Pero los progresos de la medicina moderna[3] ocultaron, al mismo tiempo, un trozo importante de la patología, la que no ve, la que no causa la muerte.

Todo lo que sólo es funcional merece poca, o ninguna, atención en medicina. En el medio médico, e incluso actualmente, persiste cierto desprecio por todo lo que es patología funcional, patología « de segunda categoría » y por toda forma de medicina que se interesa en ella y también, infortunadamente, por los pacientes afectados. Los médicos con frecuencia se sienten fracasados con estos pacientes cuya patología no entienden y para la cual no tienen respuesta terapéutica y no les gusta sentirse fracasados. Se podría creer que una mujer que tiene tres crisis de migraña por semana no va a morir, pero no es verdad. Cierto, esta patología no va a poner en peligro la supervivencia de su cuerpo. Pero su muerte es de otro tipo, es una muerte social. Esta persona está viva, pero no vive. Funciona tan mal que se pregunta: « ¿Para qué vivir? » Ejemplos de este tipo, los médicos los ven por miles todos los días.

 

Se ha volteado una página en medicina. Nos alegramos de todas las victorias pasadas, presentes y futuras sobre la patología lesional, pero « ahora que la urgencia pasó », le damos importancia a la mejoría del funcionamiento de los individuos y de las colectividades, somos conscientes de nuestro deber de dedicarnos también a la comprensión y al tratamiento de las patologías funcionales que son tan numerosas y tan dolorosas. ¿Para qué disponer de una buena estructura, si funciona tan mal? ¿No es exasperante que un país como Colombia, con una estructura tan excepcional, funcione así de mal?

 

Un trastorno funcional siempre se manifiesta por dos síntomas : uno relacionado con la alteración de la organización y otro relacionado con la alteración del campo energético.

 

El primer signo de todo trastono funcional es la desorganización. En medicina, se encuentran desorganizaciones físicas (trastornnos digestivos, palpitaciones, dolores…), desorganizaciones emocionales (tristeza, miedo, ansiedad, estados depresivos…), desorganizaciones mentales (confusión, ilusiones, trastornos de la memoria…) y desorganizaciones sociales (o del cuerpo social del paciente: conflictos, soledad, desempleo…). Existen todas las formas de desorganizaciones: pequeñas, medianas, grandes, aisladas, combinadas… En medicina de la Energía, ciertos pacientes se presentan con un buen nivel de organización, pero buscan mejorar más. Se puede prevenir una desorganización al actuar de manera preventiva sobre la energía. Si no, se estaría reducido a actuar de forma curativa, cuando la desorganización y el sufrimiento ya están instalados. Puesto que la función principal de la organizacíón es la adaptación, toda desorganización se va a traducir también en desadaptación (física, emocional, mental o social).

 

El segundo signo de todo trastorno funcional está relacionado con la alteración del campo energético y, por lo tanto, con la alteración de sus funciones, como son asegurar el dinamismo, la actividad, los movimientos, la evolución. Un sistema sin energía, al igual que un carro sin gasolina o un aparato eléctrico sin electricidad, ve disminuir, y finalmente desaparecer, su dinamismo y su fuerza y cesar su actividad. Un sistema sin energía se inmoviliza y se encuentra en imposibilidad de cambiar. No es que el sistema no quiera cambiar, es que no puede. No es una cuestión de mala voluntad, sino de falta de energía.

 

Todo trastorno funcional en un sistema vivo se manifestará entonces, a la vez, por una desorganización y por una imposibilidad de cambiar o inmovilismo.

 

[1] En el año 1842

[2] Tradicional: originada en una tradición, como la acupuntura, la medicina ayurvédica, entre otras.

[3] Medicina moderna: por oposición a medicina tradicional.