La observación pendiente

Cada quien podrá así interrogar a su entorno y con un poco de entrenamiento, constatar por sí mismo este primer error metodológico: los seres humanos no hacen el diagnóstico del mal que asalta a la humanidad. La enfermedad no es reconocida, no es identificada. Hasta el momento, nadie está en capacidad de ponerle un nombre a la enfermedad de la humanidad. Y no es que la humanidad no esté enferma, es que con la metodología utilizada hasta el momento, se pasa sistemáticamente al lado del diagnóstico. En la cadena lógica que lleva a la curación (observación, diagnóstico, etiología, tratamiento, curación) se salta la etapa del diagnóstico. 

 

A esto se agrega un elemento agravante: no sólo los humanos no hacen este diagnóstico, sino que, además, creen de buena fe que sí lo hacen cuando, en realidad, sólo hacen observaciones. Cuando no se ha establecido un diagnóstico, pero se sabe, la situación es menos grave porque se sabe cuál es la tarea que se debe emprender. Pero, si uno cree sinceramente que el diagnóstico se conoce, se aferra más al error. Ahora bien, “lo propio del error y de la ilusión es que no se manifiesta como error o ilusión [1]». Esta confusión, que detallaremos un poco más adelante, es otro error metodológico que se agrega al primero. Nos encontramos en una situación de inconsciencia en la que se presume que el problema está planteado, cuando en realidad no lo está. Por este motivo, las medidas adoptadas para corregir los males de la humanidad son ineficaces y pueden serlo indefinidamente. Muchos de los “tratamientos” sólo son ajustes, medidas parciales, paliativas, es decir, tratamientos sintomáticos, tratamientos dirigidos contra las manifestaciones de la enfermedad y no contra sus causas. Así, agregan obligatoriamente sus propios efectos secundarios nefastos a su ineficacia.

 

Las personas interrogadas objetan, de manera justificada, que no son médicos, que no están formadas en esta lógica, que no están acostumbradas a ver las cosas así. Es verdad, en general. Sin embargo, la palabra diagnóstico hace parte del lenguaje corriente. Por lo tanto, se supone que se conoce el sentido de la palabra. Se utiliza con frecuencia; sobre todo en dos ocasiones: en medicina y en sociología (y antropología).

 

Si un miembro de la familia se enferma, si requiere ser hospitalizado, la pregunta que todos y cada uno tendrá en los labios es: « ¿Qué tiene? ». En general, en estas circunstancias, uno no se contentará con los síntomas, se insistirá siempre en saber el diagnóstico. « Si, tiene fiebre, doctor, pero, ¿a qué se debe? ¿Qué tiene? ¿Es meningitis o malaria?» Sobrentendido: « ¿Cuál es el diagnóstico? » Cuando se trata de medicina, en general se llega hasta el diagnóstico e incluso si uno no es médico, se tiene una buena noción de lo que es un diagnóstico. Cuando se trata de un asunto médico, en general no hay mucha confusión.

 

Las cosas toman un giro diferente cuando se trata de sociología (o antropología), cuando el enfermo no es un individuo, sino una sociedad. Aquí, también, con frecuencia se utiliza el término diagnóstico pero, cuando se trata de una sociedad enferma, parecería que los sociólogos, los antropólogos, los etnólogos no se comportan como médicos y que no tienen la misma preocupación por llegar a un diagnóstico (en el sentido médico).  Se ubican, más bien, como observadores y se empeñan en hacer las descripciones más detalladas, ricas o más pertinentes posibles y las denominan « diagnóstico ». Pero, en general, no siguen un proceso médico. Es verdad que en sociología es más difícil examinar el paciente que en medicina; esto exige toda una metodología y tiempo. También es muy probable que la preocupación por el diagnóstico, es decir, la identificación de la enfermedad, el arte de reconocerla y de darle un nombre se haya perdido en los meandros de la observación. Es muy posible que la transformación del sentido de la palabra “diagnóstico” se deba a los sociólogos o a los antropólogos. Se tendría que hacer un estudio sobre este tema. Ocurre que los sociólogos utilizan con frecuencia la palabra “diagnóstico” para referirse a cualquier otra cosa que al nombre de una enfermedad. Les siguen los pasos los hombres políticos, los periodistas, los filósofos y todos aquellos que se preocupan por la sociedad y han utilizado el término “diagnóstico” en el sentido de observación, descripción, análisis, interpretación o evaluación. Ha habido un desplazamiento semántico progresivo y furtivo de la palabra “diagnóstico”. Y uno acaba persuadido de que se ha establecido un diagnóstico cuando, en realidad, se ha quedado sólo en la observación.

 

Algunos diccionarios han reconocido esta « extensión del sentido » de la palabra. Se encontrará mención a los dos sentidos en los más recientes:

 

Diagnóstico  

  1. [medicina] identificación de la naturaleza y la causa de una enfermedad de acuerdo con sus síntomas  • cometer un error de diagnóstico
  2. evaluación (de una situación problemática) mediante el análisis de diversos datos
    establecer un diagnóstico financiero
  3. [medicina] capacidad de identificar la naturaleza y la causa de una enfermedad de acuerdo con sus síntomas
    tiene un diagnóstico excelente 

Microsoft Encarta 2003.

 

Diagnóstico: « Acción de determinar una enfermedad por sus síntomas» « Fig: previsión, hipótesis a partir de signos » Inform. Método de investigación y de corrección de los errores, en un programa de computador »

Petit ROBERT.

 

Diagnosticar: Reconocer al hacer el diagnóstico. (XX°) Fig. Prever o detectar de acuerdo con los signos. « Los expertos dudan en diagnosticar una crisis económica ».

Petit ROBERT. 

 

Diagnóstico n.m. (del gr diagnôsis, conocimiento) 1/ Identificación de una enfermedad por sus síntomas. 2/ Identificación de la naturaleza de una disfunción, de una dificultad.

Le petit LAROUSSE. 

 

Diagnóstico(s. m.) Término de medicina. Arte de reconocer las enfermedades por sus síntomas y de distinguir unas de otras. El diagnóstico diferencial. El diagnóstico de esta enfermedad.

Littré.

 

Si en esta encuesta, uno se empeña en definir bien lo que se entiende por diagnóstico, si se aclara que es en el sentido médico en el que se utiliza y se espera la respuesta, la persona interrogada termina, en general, por comprender lo que se espera de ella, lo que significa que todos tenemos cierta idea de lo que es un diagnóstico. Por cierto, un poco más adelante en la discusión, cuando se enuncia lo que parece ser un diagnóstico, a todo el mundo le parece obvio. Esto demuestra que no es necesario ser un gran experto para hacer el diagnóstico y que, el sentido común, cumple así su función perfectamente. 

 

Las cosas adquieren otra importancia si se considera que incluso los profesionales de la salud (de los individuos y de las sociedades) se equivocan de manera sistemática. Si se plantean estas dos preguntas a médicos, psicólogos, sociólogos, quiénes, por su profesión, deberían tener una mentalidad favorable y un entrenamiento suficiente para responder a la pregunta del diagnóstico o, por lo menos, no confundir síntomas y diagnóstico, el resultado es el mismo. Cualquiera que sea el status social, profesional o intelectual de la persona interrogada, el mismo error se reproduce. La única diferencia consiste en que el panorama que presentarán los responsables, los elegidos, los periodistas, los intelectuales o los universitarios será muy detallado, lleno de cifras, de anécdotas, de ejemplos precisos, pero siempre será una lista de síntomas, no un diagnóstico. Tomemos algunos ejemplos sacados de mi experiencia en Colombia pero extrapolables a toda otra dimensión..

 

Le cartilla titulada: “La violencia en Colombia” de A. Montenegro y C.E. Posada[2], comienza su conclusión con esta frase: “En las ciencias sociales, como en medicina, es crucial poder contar con un buen diagnóstico para afrontar los males públicos”. Sin embargo, esta misma conclusión termina enunciando sólo síntomas: presencia de un pequeño grupo que mata y secuestra, apoyo financiero del narcotráfico, permisividad de un sistema judicial deteriorado. Y la pregunta fundamental permanece sin respuesta; los autores no nos dan el diagnóstico de esta enfermedad social que hace que un grupo de iluminados agresivos y un cartel de comerciantes de la muerte hagan la ley en una sociedad que no se defiende. No hay un diagnóstico, a pesar de la recomendación inicial, ¡sólo tres síntomas!

 

Margarita Vidal comienza su articulo[3] del 18 de noviembre de 2001: “Que Colombia sea un país sobre-diagnosticado, es verdad” (sic). Y su segunda frase sirve para enunciar lo que ella considera un diagnóstico y que, en realidad, sólo es una lista de síntomas: corrupción rampante, impunidad, masacres, asesinatos… en total, la observación de trece síntomas, pero ningún diagnóstico. Al contrario de lo que afirma Margarita Vidal, el país no está sobre-diagnosticado, sino profundamente sub-diagnosticado, es decir sin diagnóstico. Y Margarita Vidal tendría la tarea de definir lo que significa exactamente un « sobre-diagnóstico ». En medicina esto no existe. ¡No se habla de « sobre-rubéola »! La confusión es total. Veremos más adelante que el país ni siquiera está « sobre-observado », porque numerosos síntomas de la enfermedad de Colombia se escapan a la observación que se hace habitualmente de esta sociedad, por una cuestión de punto de vista muy estrecho y de plantilla de lectura inapropiada.

 

En el mismo orden de ideas, el periódico El Tiempo publica una entrevista con José Fernando Isaza[4] quien responde a la pregunta: « ¿Y el futuro de Colombia qué? »: « Falta mucho. Primero, necesitamos diagnósticos acertados. El país está mal sobre-diagnosticado. Los buenos estudios sobre Colombia son tan escasos que se devoran como pan caliente. Tenemos que comprender en dónde estamos y a dónde debemos llegar.

 

Hay muchas generalidades, muchos lugares comunes. Somos expertos en frases huecas. Tenemos una gran necesidad de un verdadero análisis de la situación. Debemos dibujar un Estado moderno en el cual cada quien encuentre su lugar y que le retire a la subversión el poco argumento que pueda tener. Ese país en el cual deben encontrar su lugar los desmovilizados tanto de un lado como del otro, debe ser más democrático, más moderno, con mayor fluidez de las ideas que de los bienes, Porque los bienes se encuentran en todas partes. Lo difícil es encontrar ideas».Isaza no sabe lo cierto de su última frase y en qué medida se aplica a él mismo. Hay una primera idea que se le podría sugerir: sería encontrar el sentido de la palabra diagnóstico si se quiere hacer un verdadero análisis de la situación del país. Si el país está enfermo, requiere primero un diagnóstico; necesita que la enfermedad que padece sea identificada. No necesita, al contrario de lo que dice Isaza, varios diagnósticos, porque es poco probable que sufra de varias enfermedades al mismo tiempo, y que si se pudiera establecer por lo menos uno, eso sería un gran avance, una proeza. Si evoca la palabra diagnóstico en plural, es porque no se puede sustraer al hábito de sólo considerar los síntomas de la enfermedad, los cuales sí son numerosos. Observar síntomas, es una cosa; hacer un diagnóstico, es otra. En cuanto al significado de «sobrediagnosticado», no avanza más que Margarita Vidal. Si a esto se agrega «mal sobrediagnosticado», entonces allí, definitivamente hay que renunciar a comprender, se bajan los brazos. El verdadero análisis de la situación se llama simplemente hacer un diagnóstico (en el sentido médico del término).

 

A su vez, y como muchos otros, Alejandro Gaviria comete el mismo error de interpretación: « Muchos hombres prácticos les gusta decir que este país está sobrediagnosticado. Que abundan los estudios, que sobran los informes, que pululan las consultorias. Que la reflexión diletante debería abrirle paso a la acción transformadora. Pero lo que no entienden los pragmáticos (los de ahora y los de siempre), es que los diagnósticos no brillan tanto por su abundancia como por su pobreza. No es la cantidad de estudios, de informes o de opiniones que nos abruma, es su calidad.”

Tómese, por ejemplo, el caso de la corrupción. Un problema en el cual los diagnósticos más repetidos no han podido ni siquiera dar con la secuencia correcta. O con la metáfora adecuada.»[5]… Una vez más, si uno se coloca en la óptica del diagnóstico médico, si se lee dicho artículo con la idea de que un diagnóstico es la identificación de una enfermedad a partir de la observación de sus síntomas, uno se queda con los brazos colgando ante tanta confusión. Los que hubieran leído el resto del artículo permanecerían en las mismas: no sabrían todavía, a pesar de los reproches que hace Gaviria a los pragmáticos, cual es el diagnóstico de la enfermedad de Colombia. Y no es colocando esta palabra en plural que la confusión se va a disipar. Lo que Gaviria no comprende es que el diagnóstico no brilla por su abundancia ni por su pobreza, sino por su ausencia. Y la metodología que debería emplear, también falla.

 

El ex alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, decía[6] que las causas de tanta violencia son, en primer lugar, que existe una cultura que asimila autoridad con autoritarismo y, en segundo lugar, que nuestros hijos no están felices. Otra vez se trata de un enunciado de síntomas y no de un diagnóstico. Efectivamente, en Colombia, la autoridad es muy vacilante y los niños pueden preocuparse por el futuro. Pero, ¿por qué? Cuál es el diagnóstico de esta enfermedad que corroe este país, que pervierte la autoridad y hace que los niños no sean felices. Es cierto que estos síntomas engendran por sí mismos consecuencias que son otros síntomas (el abuso de autoridad, la rebelión, la anarquía, la confusión, el desasosiego de los jóvenes…), y esto es lo que quería decir Peñalosa, pero estos síntomas son, a su vez, consecuencias de una cadena o de una red de causalidad. ¿Cuál es entonces el desorden que genera todo esto?

 

Los intelectuales marxistas, los “pensadores” de las guerrillas sostienen que el problema del país es la injusticia social, la concentración de la riqueza, la intervención norteamericana, el desequilibrio de las relaciones de fuerza entre « la sociedad civil de abajo» y « la sociedad civil de arriba», etc. Una vez más, sólo son síntomas los que se enuncian. Nunca se hace mención del problema que genera todos estos síntomas. No se formula ningún diagnóstico. Y los intelectuales marxistas, así como los que no lo son, no se han dado cuenta tampoco del doble error, no han visto que no enuncian diagnóstico y no han visto que ellos creen sinceramente, empero, que lo hacen.

 

Antonio Caballero, analista reconocido de la realidad colombiana afirma[7]: «Y hay que comenzar por curar la enfermedad que es la injusticia, y no solamente el síntoma que es, entre otras cosas, la guerrilla ». Es verdad que la presencia de la guerrilla sólo es, en cierto sentido, una consecuencia de la injusticia y, por tanto, un síntoma. Pero esto no impide que la injusticia no sea el diagnóstico de la enfermedad; no es la enfermedad, sino solamente, una vez y como siempre, uno de sus síntomas, un síntoma de grado superior (o un síndrome), cierto y, por tanto, capaz de engendrar automáticamente otros síntomas, pero no el diagnóstico. Por cierto, una página después en el libro citado, Caballero se contradice y se embrolla al decir: «…la solución no está en la guerrilla misma porque la guerrilla, al igual que los paramilitares sólo es el síntoma de la enfermedad y no la causa. De tal manera que el problema no se arregla con negociaciones ni con balas. Se arregla tratando las causas de la enfermedad que son la inequidad y la monstruosa injusticia económica y social del país. Y también la exclusión política que existe en Colombia desde siempre. »[8] Al síntoma -injusticia- se agregan los síntomas -inequidad- y -exclusión política-. Se llega así a esta habitual lista de síntomas que se toma como un diagnóstico, pero la pregunta sobre el nombre de esta enfermedad que genera, entre otras cosas, injusticia, inequidad y exclusión política, permanece sin respuesta. Se observará que Caballero no emplea el término de diagnóstico, mientras que en presencia de cualquier enfermedad, es necesario evocarlo. En esta ocasión, el problema tampoco está planteado correctamente.

 

En cualquier motor de búsqueda en Internet, se pueden cruzar las palabras « Colombia » y « diagnóstico » y se observa que el sentido asignado a la palabra diagnóstico siempre es el de estudio u observación. Incluso se encuentran títulos de estudios del tipo: « ¿Cómo diagnosticar a la DIAN? » La DIAN no es una enfermedad. No se puede diagnosticar a la DIAN. Pero se podría diagnosticar una enfermedad de la DIAN si estuviera enferma.

 

La presentación del informe del PNUD (Plan de las Naciones Unidas para el Desarrollo) que se podía leer en el sitio www.terra.com.co el 5 de mayo de 2003 describía este informe como un elemento clave para la comprensión del conflicto en Colombia y la elaboración de soluciones. Este informe se presentaba como resultado de un esfuerzo conceptual de gran amplitud y de una nueva metodología y, según el autor del artículo, estaría « en la línea de otras iniciativas fundamentadas en la convicción de que Colombia está sobre diagnosticada y que lo que necesita son políticas… ». Este informe dedica sus cuatro primeros capítulos al « diagnóstico del problema». En efecto, estos cuatro capítulos de diagnóstico son cuatro capítulos de descripción del conflicto armado, descripción detallada de la historia del conflicto, de su estado actual y de su complejidad. Una vez más, como podemos verlo, el término “diagnóstico” no se utiliza en su acepción médica sino para designar una descripción detallada del sistema. Y la sensación es que el sistema ya ha sido ampliamente descrito y que ya es hora de pasar a las políticas, a medidas terapéuticas. Es evidente que como no se ha formulado ningún diagnóstico verdadero (en el sentido médico del término), estas medidas sólo serán, infortunadamente, tratamientos sintomáticos. Un trabajo tan considerable termina así sin que la enfermedad de Colombia sea identificada. El título, torpe, de este informe era: La guerra, callejón con salida[9]. Para que haya una salida a la guerra, es necesario que esta sea considerada sólo como uno de los numerosos síntomas de una enfermedad de la sociedad colombiana, y que esta enfermedad sea reconocida, identificada. Sólo entonces se podrá esperar que el tratamiento sea eficaz.

 

Fernando Vallejo[10], por su lado, decía: “Colombia es un país sin remedio”. Antonio Caballero publicó una novela titulada: “Sin remedio”. En este libro, también habla de Colombia. Ambos se equivocan. No es sin remedio que se encuentra el país, es sin diagnóstico. Colombia está sin diagnóstico y, por tanto, sin remedio adecuado y, por el momento, sin curación. El asunto del tratamiento, del remedio, toma otro sentido cuando se hace el diagnóstico.

 

Así, la observación que faltaba y que se debe agregar a todas las que ya se han hecho sobre la humanidad, es que los seres humanos, a pesar de todos sus esfuerzos, no han logrado hacerse una idea precisa de qué enfermedad sufre la humanida. Ya se entrevé una de las razones que hacen que no se obtengan los cambios tan deseados.

 

Un gran autor del pensamiento sistémico, J. L. Lemoigne, escribía: "Se debe aprender a resolver primero el problema que consiste en plantear el problema.»[11] En medicina, y sin duda en sociología y en política, plantear el problema, se llama hacer el diagnóstico. El paso siguiente para los seres humanos es, entonces, la etapa del diagnóstico. De esto tratarán los otros capítulos.  

 

El simple hecho de darse cuenta que, hasta el momento, se han confundido los síntomas con el diagnóstico y que se ha pasado al lado de un verdadero diagnóstico de fondo es un progreso. También es una bella invitación para investigar.

[1] MORIN Edgar. La méthode, T 3, La connaissance de la connaissance. Points Seuil, Paris, 1986, p9-10.

[2] MONTENEGRO Armando, ESTEBAN POSADA Carlos. La violencia en Colombia. Alphaomega, Bogotá D.C., 2001, p 45.

[3] Periódico El Tiempo. 18 de noviembre de 2001.

[4] Periódico El Tiempo. 27 de julio de 2003.

[5] Periódico El Espectador. Semana del 27 de agosto al 2 de septiembre de 2006, p 17 A.

[6] Periódico El Tiempo. 15 de julio de 2001.

[7] CABALLERO Antonio. Patadas de ahorcado. Caballero se desahoga. Una conversación con JC Iragorri. Planeta, Bogotá, 2002, p 56 y 57.

[8] CABALLERO Antonio. Op. Cit. p 58.

[9] El título del PNUD, Callejón con salida, permitiría pensar que la guerra no es un callejón sin salida. Pero la guerra, definitivamente, no es un camino por el cual hay que pasar.

[10] Fernando Vallejo es el autor de “La virgen de los sicarios”

[11] LE MOIGNE Jean-Louis. La modélisation des systèmes complexes, Paris, Dunod, Afcet systèmes, 1990. Cité in LUGAN Jean Claude. La systémique sociale. PUF, coll. Que sais-je ?, N°2739, Paris, 1993, p104.