La curación de la humanidad, ¿una utopía?

Durante una emisión matutina de la radio de la Universidad Nacional de Bogotá, el 3 de julio de 2004, se podía sentir el desasosiego y la perplejidad de los animadores y de los invitados. Hacían el balance de su país, un balance más que sombrío. Se escuchaban frases como: « ¿Cuáles son nuestras carencias? - ¿Cuál es el mínimo que necesitamos para funcionar? – ¡La situación es tan compleja!» Se trataba de pueblos sin ninguna representación, de estado ilegal, de sistema de pensamiento paranoïde, de crisis de confianza, de fractura de la sociedad civil, de pueblo sin nación. Y alguien dijo: « Nos toca construir utopía ».

La utopía, según la definición del diccionario[1], es una idea o un proyecto que no pueden ser realizados concretamente. La utopía tiene como sinónimos ilusión, quimera, sueño. También es una concepción política o social que aspira a la elaboración de un futuro ideal para los hombres, sin tener en cuenta los hechos objetivos y las restricciones de la realidad. Si la utopía es lo que dice el diccionario, puede parecer sorprendente que para remediar la sombría situación social de su país, una persona sensata proponga construir utopía.

 

En realidad, sucede que el sentido de la palabra utopía se ha invertido. Se ha producido una transformación del concepto de la utopía y si, hasta el momento, está cargada de una representación negativa, peyorativa, actualmente y de manera sorprendente, la utopía está adquiriendo sus cartas de nobleza. Ya no es sinónimo de alienación sino de reflexión y de apuesta sobre los cambios posibles de una sociedad.

 

Así, ya no es un utópico, en el sentido del diccionario, aquel que cree en un futuro armonioso de una sociedad o de la humanidad o que desarrolla ideas o presupuestos para el futuro. Incluso, ocurre que se designa con otro nombre: futurólogo. La futurología se ha convertido en una disciplina científica. El futurólogo o prospectivista estudia las mutaciones del mundo moderno según métodos y escenarios variados y nos ayuda a imaginar el futuro para prepararnos.

 

La utopía ya no es creer que la humanidad puede sanar y hacer propuestas en este sentido. Por el contrario, la utopía consiste en creer que la humanidad va a sanar si continúa en los senderos conocidos, si hace las mismas cosas; que va a sanar sin tomar sus remedios, que va a cambiar sin que cambien los primeros interesados, los seres humanos y que se va a transformar sin poner en marcha una estrategia de transformación coherente, acompañada de una voluntad y de un esfuerzo constantes y animada con una nueva fuerza.

Muchos dirán que la tesis expuesta en esta pagina es inverosímil y que uno ve mal que una población se ponga de un día para el otro a una práctica regular de vida interior y que, además, esta actividad nueva pueda influir de manera notable sobre la organización social de un país. Uno ve ya el encogimiento de hombros o la sonrisa socarrona de un cierto número de personas. Esta reacción es inevitable y se entiende bien. Pero es una reacción superficial que no resiste al análisis. Esta reacción responde a un desconocimiento profundo de los mecanismos de la transformación de los sistemas vivos así como al desprecio habitual encontrado en todas las sociedades desequilibradas, patriarcales, en cuanto a las realidades de la vida interior y a aquellos que tienen esa experiencia. Y más profundamente, traduce mecanismos inconscientes de resistencia al cambio, es decir este rehusar, habitual en nuestras sociedades, al esfuerzo y al combate, o una satisfacción de si mismo y de la situación del país o hasta intereses oscuros que sacan algún provecho del inmovilismo y del desequilibrio. Estas personas que podrían tener la tendencia de desconsiderar las proposiciones de este libro estarán sin embargo de acuerdo sobre el hecho que uno puede esperar mas eficacia transformadora de una práctica de vida interior sostenida y cotidiana de un gran número de gente que de una gran marcha de unas horas en las calles de la ciudad, con camisetas blancas, silbatos y declaraciones oficiales, y el día siguiente nada mas, regresa el inmovilismo. Muchas de las acciones colectivas de las cuales se espera tantos resultados no tienen en realidad ningún carácter transformador porque no apuntan hacia el objetivo que debería ser el suyo, la transformación interior, y por eso no lo alcanzan. La participación en una manifestación de masas es embriagadora porque de ella emana una impresión de potencia, y eso les hace creer a los participantes que pasa algo. En realidad no pasa mucha cosa, solamente una embriaguez de unos instantes. Una marcha en las calles no eleva para nada el nivel de energía de sus participantes ni de la sociedad. Por eso no transforma a nadie. Menos a los violentos. Y la vida vuelve enseguida a su curso habitual, con una mala conciencia dormida por un rato porque uno se convence que “ha hecho algo”.

 

No es entonces tan inverosímil proponer otras visiones y otras acciones, más lógicas, más realistas, más fundadas. No es para nada inverosímil proponer una gran marcha hacia el Interior, prolongada, sostenida y colectiva. Al contrario, es necesario hacerlo si uno quiere un cambio. Y si ciertos individuos no han entendido eso o si esta utopía los asusta o les cambia los planes, por lo tanto hay aquí una opción seria por estudiar.

 

[1] Microsoft Encarta