Las dificultades propias de toda transformación

Lo que la oruga llama el fin del mundo, el Maestro lo llama una mariposa.

Richard Bach

 

Una transformación es un cambio de forma que se caracteriza por su profundidad, por su aspecto radical (desde las raíces). También es un cambio de naturaleza. A imagen del plomo que se transforma en oro, que pasa de una naturaleza a otra, un ser humano agresivo y egoísta cambia de naturaleza y se hace apacible y fraternal. Pero este cambio de naturaleza no es fácil y por una razón sencilla: toda transformación presupone la muerte del estado anterior antes de su nacimiento a un nuevo estado superior. Pero no se pasa nunca voluntariamente a la muerte. No se pasa voluntariamente a la transformación.

 

Si se pudiera renacer primero como oro antes de morir como plomo, no se presentaría ninguna dificultad. La Edad de Oro ya existiría. Si se pudiera nacer como mariposa antes de morir como oruga, nadie reptaría, todo el mundo volaría. Pero la dura realidad de la existencia es que « si el grano de trigo que cae sobre la tierra no muere, permanece solo. Pero si muere, proporciona muchos frutos ». La dura realidad es que debemos aceptar encontrar nuestra propia Sombra para convertirla en Luz. El ser humano tiene tantos deseos de encontrar su sombra como la mayoría de nosotros de ir a pasear solos en la noche por el bosque. La perspectiva del encuentro con la Sombra, en general, suscita repulsión, miedo y rechazo.  

 

Sólo hay un medio para encontrar la Sombra de manera positiva y fecunda, es ir con la Luz. Con la Luz de una práctica cotidiana de contacto con el Maestro Interior, con la Luz de una práctica diaria del japa del OM. Se puede ir al fondo del pozo para limpiar las carroñas y los ratones que infectan el agua, se puede ir al fondo de sí mismo para limpiar los elementos de nuestro inconsciente inferior. Pero hay que ir con la Luz y el Calor del Maestro Interior. En el fondo del pozo, incluso con su Luz, el cielo, de todas maneras, parece muy pequeño. Este descenso al fondo del pozo, este encuentro con la Sombra es un pasadizo estrecho de la existencia, un momento difícil, el momento difícil de la transformación. Pero esto sólo dura un tiempo. Una vez se realiza el trabajo en las profundidades, se está autorizado a salir de nuevo del pozo. Y se sale en posición de maestría.

 

Hay que tener algo bien claro: la Sombra existe. El inconsciente inferior existe, es una realidad ineludible. Y una realidad que, de todas maneras, encontramos. En nosotros mismos o en el exterior. En nosotros también está toda la brutalidad y la perversidad del mundo. Las vemos en los otros (la paja) y « olvidamos » verlas en nosotros (la viga). Toda persona que acepta enfrentar la Verdad verá su Sombra. Así cesará inmediatamente de lanzar la piedra (o el misil) al otro. «... el que muta no mata. No necesita la muerte del otro para seguir viviendo. Con la propia le basta...[1] » Y al mismo tiempo, algunos dudarán antes de autodenominarse « colombiano de bien ».

 

Si nos quedamos con la imagen de la alquimia, diremos que el Plomo no se puede transformar en Oro; el Plomo debe morir primero a su naturaleza para poder transformarse en Materia Prima. Esta Materia Prima puede transformarse en Oro. El Plomo indica un estado diferenciado de cierta naturaleza, el Oro un estado diferenciado de otra naturaleza, considerada superior. La Materia Prima es un estado indiferenciado, neutro, sin naturaleza propia, un caos. El proceso de transformación obliga así a pasar por un estado de caos, un estado indiferenciado, inconfortable. Inconfortable pero muy favorable, muy positivo. En este mundo en el que se persigue el confort a cualquier precio, este estado se considera negativo, nefasto; cuando, en realidad, es la base de un cambio muy positivo, el fundamento de una transformación.

 

La oruga es la forma infantil de un animal. Es una perfección, pero inconsciente (infantil). Tiene acceso a una dimensión, la hoja. La mariposa es la forma adulta del mismo animal. También es una perfección, pero consciente (adulta). Tiene acceso a dos dimensiones: la hoja y el aire, el espacio. Como la oruga, puede desplazarse sobre la hoja, pero cuando lo desea, vuela. La crisálida es la forma intermedia del mismo animal. Por estar en cambio permanente, es una imperfección consciente. Encerrada en su capullo, no tiene acceso a ninguna dimensión, ni a la hoja, ni al aire. Todo esto es muy inconfortable pero muy positivo.

    

La exigencia de la transformación está ahí, en la aceptación de esta fase de desintegración, en la aceptación de esta fase de caos. De él y sólo de él emergerá un nuevo orden, un ser que ha sufrido una metamorfosis. Para que la metamorfosis se produzca, se necesita sol, se necesita alimentar el caos con energías e informaciones. Para que un ser humano o una sociedad se transformen, se requiere el sol de una práctica de contacto con el Maestro Interior. Poco sol, poca metamorfosis; mucho sol, mucha transformación.

 

Decíamos antes que nadie va voluntariamente hacia la transformación. En realidad no es exactamente así como se presentan las cosas. A la transformación, se va voluntariamente o a la fuerza. Existen quienes han tomado consciencia de que la humanidad está corriendo hacia el precipicio y que deciden frenar este movimiento y cambiar de dirección, que deciden contribuir a la transformación de la situación y que aceptan de « buena gana » las exigencias. Incluso en este caso, el mejor de los casos, el esfuerzo es grande. Y existen quienes no ven nada, o quienes remiten al mañana o quienes se oponen a toda modificación de la situación. En estos casos, es por la fuerza, a las malas, un día u otro, que vendrán a la transformación. Los ejemplos abundan. Al esfuerzo de la transformación, a todas sus exigencias, se agrega, en este momento, el sufrimiento. Y así disminuye la alegría.

 

Existe un estado interior muy fecundo que es el de « vivir al filo del caos ». El « filo del caos » es un estado inestable, frágil, límite, entre orden y desorden, que obtiene las ventajas de uno y otro. El orden es generador de estabilidad y el desorden de variedad. El « filo del caos » es un estado que permite la complejidad, la creatividad, la vida. Edgar Morin afirma: « Un mundo únicamente aleatorio estaría evidentemente desprovisto de organización, de soles, de planetas, de seres vivos, de seres pensantes. Un universo totalmente determinista estaría desprovisto de innovación y, por tanto, de evolución. Esto significa que tanto un mundo absolutamente determinista como un mundo absolutamente aleatorio son dos mundos pobres y mutilados. Uno es incapaz de nacer – el mundo aleatorio – el otro es incapaz de evolucionar. Es necesario, entonces, mezclar dos mundos que, no obstante, se excluyen lógicamente. Nos corresponde mezclarlos para concebir nuestro mundo. Efectivamente, hay contradicción lógica en la asociación de la idea de orden y desorden. Pero la aceptación de esta contradicción es menos absurda que su rechazo que conduce a debilidades.[2]» La aceptación de esta contradicción permite vivir en un estado fecundo de apertura a la realidad. Joël de Rosnay precisa: « Dos abismos se abren de cada lado del borde del caos. De una parte, el desorden total, una turbulencia anárquica no generadora de organización. De otra parte, el orden estructurado, esclerosado, la rigidez estática. Entre los dos, como en una transición de fase, en el límite del orden perfecto y de la anarquía total: la fluidez, la adaptabilidad, la auto-organización de formas, estructuras y funciones que nacen y mueren en una renovación perpetua autorregulada. Es la emergencia de la organización y de la complejidad.  En esta fina franja, en esta frontera precisa, en este estado de transición inestable y, sin embargo, estabilizado, temporal y, sin embargo, permanente, se sitúan los fenómenos que construyen la vida, la sociedad y el ecosistema.[3] »

 

Para mantenerse en esta franja sutil, para no caer en el exceso de orden, ni en el exceso de desorden, lo más eficaz y prudente es ser mantenido por algo que nos ligue con nuestras alturas y que nos viene de nuestras cimas, una práctica cotidiana de contacto con el Maestro Interior.

 

[1] “Para el mutante, la muerte será el método para seguir viviendo. Morir para mutar y mutar para no morir. Muere la forma y vuelve la energía al caos, que no es otra cosa que la posibilidad de un nuevo orden en otra forma.

El mutante sabe que el caos de la energía liberada de la forma, lo deja en loco por un tiempo. El tiempo de la mutación, el que corre entre la muerte y la resurrección. El tiempo de decirse: estoy loco, en lo que he sido, en lo que siendo y en lo que seré. Resucitado, el re-cuerdo me dice que, nuevamente y en otra forma, soy el que sigo siendo lo que siempre he sido.

Por eso el que muta no mata. No necesita la muerte del otro para seguir viviendo. Con la propia le basta.”

MEJIA Luís Enrique. Esquizitofrenia, op. cit. p 42-43.

[2] MORIN Edgar. Science avec conscience. Points Seuil, nouvelle édition Sciences, Paris, 1990, p 199.

[3] ROSNAY (de) Joël. L’homme symbiotique. Regards sur le troisième millénaire. Seuil, Paris, 1995, p 57.