Las tres actitudes posibles

1. la actitud del egoísta

 

Para algunos, el universo se reduce a su propia persona. Su campo de consciencia es estrecho, tanto en el espacio (su propio mundo) como en el tiempo (¡ahora y no importa lo que ocurra con las generaciones siguientes!). Su actitud es del tipo: « yo, yo, yo, y después de mí, el diluvio ». Es la forma más rudimentaria del amor: el amor a sí mismo. No tienen sensibilidad social y su falta de sensibilidad no les permite captar todas las informaciones que la sociedad envía. Para ellos, la sociedad no existe y sus sufrimientos tampoco. No habrá que contar con ellos para ser actores de su tratamiento.

 

Se podrían dividir los egoístas en dos clases: los egoístas « por acción » y los egoístas « por omisión ».

 

Los egoístas « por acción » o por intención están ahí para servirse deliberadamente del mundo, servirse de las personas, servirse de la comunidad. Algunos no son del todo inconscientes de esta situación, por el contrario: se aprovechan, están ahí para esto y, con frecuencia, no lo ocultan. Algunos de estos profesionales de la desorganización están ahí para hacer sufrir y solamente para hacer sufrir. Son antisociales profesionales. Y mientras más hacen sufrir, más ascienden en su jerarquía. Algunos son inconvertibles. ¡Así es! Uno puede lamentarse, no querer creer, pero es así. Y es mejor no caer en sus garras. Ni perder tiempo en intentar convertirlos.

 

Los egoístas « por omisión » o por defecto pueden ser buenas personas, honestas, en el sentido general de sociables y cultas, pero sufren de una atrofia del sentido social, lo que tampoco les permite percibir la miseria que les rodea y no estimula en ellos el deseo de servir. Así, su vida se reduce a su propio pequeño universo, a veces un universo de dos, pero no va más lejos. El caso no es raro. Con frecuencia, sobre este tipo de persona se lanza una mirada muy reprobadora, hecha de desprecio y de juicio. Sería posible y sin duda más fecundo lanzar sobre ellos otra mirada: una mirada médica. Se dice que « no tienen corazón ». Esto es inexacto. Lo tienen, pero no funciona, lo que produce el mismo efecto que si no lo tuvieran. Esta es una patología muy corriente de este centro de energía fundamental que se llama el chakra del corazón, que es el asiento de la generosidad, del altruismo, de la comprensión y de la percepción del contexto (entre otros). Es obvio que si este centro (Yin por excelencia) no funciona como debiera (lo que es muy frecuente), las personas afectadas por esta disfunción no podrán expresar estas cualidades. No porque no lo quieran sino porque no lo pueden. No es un problema moral, es un problema técnico, que invita más a medidas terapéuticas que a condenas. Si se adoptan estas medidas, puede ocurrir que estas personas se transformen.

 

Tanto en un caso como en el otro, no se contará con ellos para participar en la reorganización social del país. ¿Cuál es la proporción de este tipo de personas en la sociedad? Es imposible decirlo. Nos limitaremos a esperar que no sea muy grande. 

 

Sin duda, este libro no les va a interesar; en realidad no está escrito para ellos. Pero, ¿nunca se sabe...?

2. la actitud del resignado

 

El resignado es, tal vez, el modelo de ciudadano más corriente. La tarea le parece imposible y entonces, « no vale la pena hacerla ». « De todas formas, no funcionará ». « ¿Para qué? ». « Yo tengo muchas otras cosas que hacer ».

 

El resignado con frecuencia es un decepcionado. Ya ha ensayado tantas cosas, ya ha depositado su esperanza y su confianza en tanta gente, tantos sistemas, tantas confesiones, tantas ideologías, tantos partidos. Se le ha tentado con el paraíso de miles de maneras y, cada vez, ha sido decepcionado. Los resultados siempre han sido los mismos: traición, engaño, manipulación, perversiones… Siempre ha visto reproducirse los mismos esquemas: la « traición de los clérigos », los ciclos sin fin de verdugos / víctimas, el encerramiento en los mismos condicionamientos, etc., y no ha podido hacer otra cosa que adoptar una posición de repliegue, de duda, de desconfianza, sin esperanza. Para él, la vida no tiene sentido y estamos aquí para sufrir. Entonces, ¿para qué seguir intentando? ¿Para qué lanzarse en otra aventura, si además, parecía desmesurada, si los resultados podrían ser lejanos, si no se tiene la seguridad de que esta vez si funcione?

 

Estas personas que resienten su universo así también son objeto de juicios peyorativos de parte de sus conciudadanos. Pero, de la misma manera, también podrían ser vistas bajo el ángulo médico. Aquí, el centro de energía que llama la atención es el chakra del « plexo solar » (el 3er chakra, a nivel del estómago), el que tiene bajo su dependencia (entre otros) el dinamismo general, la combatividad, el optimismo, la cristalización de los proyectos en la materia, su concretización. Si este centro de energía no está en buen estado (lo que ocurre también con mucha frecuencia), toda empresa parece tomar proporciones desmedidas capaces de demoler toda esperanza. Pero todo es cuestión de proporciones: « ¡no es que tu seas tan grande, es que yo estoy de rodillas! » A los niños que se interesan en su energía y quieren saber para que sirve el « plexo solar », se les puede decir que, cuando este se altera, « las hormigas parecen elefantes », pero que cuando está bien, entonces, son « los elefantes los que parecen hormigas ». Todo en la vida depende de nuestra energía, el motor de nuestro funcionamiento, y nunca es fácil (pero, infortunadamente, muy corriente) vivir sin energía. Así, se recomienda a todos, pero particularmente a los resignados, trabajar o hacerse tratar su propia energía. Esto les permitirá salir, si quieren, de la categoría de los resignados.

 

Este libro está escrito para los resignados que están cansados de serlo.

 

3.  la actitud del guerrero

 Yo creo en la virtud de los pueblos pequeños.

Yo creo en la virtud de los pocos.

El mundo será salvado por unos pocos.

André Gide

 

Puede parecer un poco extraño en un país que sufre tanta guerra y desde hace tanto tiempo, presentar ahora la actitud del guerrero, y sobre todo, así como lo veremos, como la que conviene para la situación de Colombia. Pero todo el mundo lo habrá comprendido bien, y no habría ningún equívoco en este punto, este guerrero no es el que asola nuestros campos y nuestras familias, es un guerrero muy particular: libra su combate sobre el frente del interior. Trabaja en su propia transformación para contribuir a la transformación colectiva. No se trata en este libro de cualquier intervención sobre un objetivo exterior, aún menos de un combate, de cualquier tipo, contra un hipotético enemigo exterior a sí mismo. La estrategia del combate frontal contra la Bestia ha mostrado, con tanta frecuencia y desde hace tanto tiempo, su carácter nocivo, contraproducente e inútil que no podría haber, en este punto del libro, la menor confusión: el combate que nos espera es bien real, pero en otro campo de batalla diferente al que conocemos bien, el exterior. No hay ningún enemigo a combatir en el exterior. Se debe a una gran confusión y a una cantidad de programaciones dudosas que se llega a confundir aún la « pequeña guerra santa » (las cruzadas, la fatwa) que se libra contra un supuesto enemigo exterior, con la « Gran Guerra Santa » que se libra en sí mismo, contra su propio desequilibrio, contra sus propias limitaciones, programaciones, insuficiencias y defectos y cuyo objetivo es el despertar, la liberación en sí de La Bella, este magnífico potencial de fuerza y de luz del cual todos necesitamos para transformarnos. El guerrero trabaja en su propia transformación. Si un país puede contar con muchos de estos guerreros, la transformación se hace colectiva.

 

Sin duda no hay empresa más difícil, para el ser humano, que la que consiste en cuestionarse. En teoría sabemos que deberíamos cuestionarnos sin cesar, o al menos, que deberíamos permanecer abiertos a todo tipo de cuestionamientos (sobre nosotros mismos, sobre nuestras ideas, sobre nuestros actos, nuestros comportamientos…) para acceder al « plomo » que albergamos y poder transformarlo en « oro ». Porque es cierto que no se transformará una cosa a la que no se accede. Pero en la práctica, inconscientemente, bloqueamos todos nuestros procesos de transformación mediante un conjunto de mecanismos (los mecanismos clásicos de defensa del inconsciente como el rechazo, la negación, la proyección, la idealización, la minimización…), no sondeamos nuestras propias profundidades o solamente hasta cierto punto, nunca vamos « hasta la marca ». Entonces nada cambia.

 

El guerrero es un ser que está íntimamente persuadido de la necesidad vital de su propia transformación y que está decidido a librar todos los combates que sean necesarios para este fin. Sabe que no es necesario tener éxito para emprender la tarea. El guerrero es entonces esta persona capaz de comprometerse con los desafíos incluso imposibles. Busca, rompe sus barreras y Dios lo bendice por haber buscado. Sabe que se le « paga » por el ensayo y no por el éxito. No tiene ninguna certeza de llegar a una victoria, pero esto no influye en su determinación: se pone en marcha, combate y se sostiene. En el peor de los casos, es un jugador: apuesta. Apuesta a que el esfuerzo, que la tarea, por insuperables que parezcan, valen la pena. Si pierde, no importa, por lo menos lo habrá intentado. O bien, se dice: « ¿Qué tengo que sea más importante por hacer? ¿De todas mis actividades, la que consiste en transformarme para convertirme en lo que yo soy, no es acaso la más importante? ¿Todas mis otras actividades no están subordinadas a mi transformación? » Y acepta los riesgos del cambio.

 

Tiene el sentido del deber, se siente miembro de un todo y, por tanto, responsable de ese todo. Cumple su deber de ciudadano cuando toma su parte de responsabilidad en la evolución de la sociedad en la que vive. Comprende todas las implicaciones de esta frase mal comprendida (y sobre todo mal aceptada): « el que no está conmigo está contra mí ». Reconoce que los mecanismos de la vida implican la noción de umbral y son del orden del « todo o nada ». Sabe que si no hace parte de la solución, entonces hace parte del problema. Y está cansado de hacer parte del problema. Sabe que no escoger hacer, es escoger no hacer. Es exigente consigo mismo y tolerante con los otros.

 

Comprendió esta enseñanza primordial concedida a la humanidad por uno de sus grandes Instructores: la parábola de « la paja y la viga ». Sabe que la realidad exterior es el reflejo de su realidad interior y que si no le gusta, puede cambiarla en sí mismo, teniendo acceso a ella a través de su propio interior. También sabe que nunca la cambiará desde el exterior. No se engaña, entonces, sobre lo que significa « un hombre de bien ».

 

Su lema podría ser: « ¡Morir por morir, mejor morir de pie y en combate! ». Su personalidad se caracteriza por el altruismo, por la paciencia y la perseverancia. Tiene el sentido del Todo, se siente solidario de todos. Asume su parte en la carga. « Si no lo hago por mí, entonces voy a hacerlo por todos los secuestrados, por los desplazados de la violencia, por los miserables… » Si se proyecta en el espacio (el Todo), también se proyecta en el tiempo: ve lejos, a varios cientos de años, participa en un proyecto a largo plazo, proyecto que supera ampliamente las dimensiones tiempo y espacio de su propia personalidad.

 

Sucede que el guerrero se acuerde que está encarnado en esta Tierra para participar en un evento poco ordinario, una transformación colectiva. Puesto que las vicisitudes de la vida sobre esta Tierra son lo que son, también sucede que lo haya olvidado y que se dedique por error a cualquier otra cosa diferente a la que había previsto. En este caso se reconocerá al guerrero por los esfuerzos que hará para recobrar su juicio, encontrar el sentido de su vida y centrarse de nuevo. Sabrá encontrar la ayuda necesaria y escapar a todas las trampas. 

 

Este libro está escrito, sobre todo, para los guerreros.