Las condiciones de la transformación

Cuando se emprende un cambio, cuando uno se lanza a la aventura de una transformación, cuando se desea realizar un proyecto o culminar una misión, en general se sigue un proceso lógico y puede ser interesante presentar las etapas.

 

Al comienzo, hay motivaciones. Sin motivación o motivaciones, no hay impulso hacia nada y no hay cambio. Si no estoy motivado para, por ejemplo, dejar de fumar, con seguridad mi situación va a permanecer igual.

 

Hay lugar para distinguir las motivaciones positivas (¿qué voy a ganar si me lanzo en esta operación?) y las motivaciones negativas (¿Qué voy a evitar si me lanzo en esta operación?). Retomemos el ejemplo del tabaquismo: las motivaciones positivas para escapar de este son que voy a ganar salud, libertad, dinero, respeto, autoestima, etc. Las motivaciones negativas son que voy a evitar enfermedades cardiovasculares (infarto, arteritis…), enfermedades pulmonares (cáncer de los bronquios, bronquitis crónica…), cánceres (bronquios, laringe, vejiga…), voy a evitar perder dinero, voy a evitar presentarme como un antisocial molesto con todo el desprecio que esto comporta e induce, voy a evitar un encerramiento en una práctica sin interés, cómplice de intereses más que dudosos, etc.

 

Todas estas motivaciones empujan al cambio y conducen a la etapa siguiente que es la determinación. La determinación de emprender activamente el trabajo con miras al cambio. Esta determinación a veces toma cierto tiempo en nacer, puede ser cultivada por una toma de consciencia de las motivaciones. Pero cuando aparece, inicia la puesta en práctica del cambio que se caracteriza por esfuerzos y combates. Una determinación que no esté seguida de esfuerzos y de combates no desembocará en nada nuevo.

 

Para que la obra tenga éxito, con frecuencia hay que agregar a esta cadena lógica un elemento suplementario: la ayuda. Los procesos de transformación de los sistemas complejos y particularmente de los seres humanos son tan delicados, tan sutiles y tan variados que, con frecuencia, es necesaria una ayuda para destrabar, para estimular, catalizar el proceso y guiarlo. Esto implica que el que se lanza en este tipo de proceso tenga la capacidad de solicitar y de recibir ayuda.

 

Puesto que estamos en el marco del tratamiento de la hemiplejía energética de Colombia, es bueno retomar y analizar estas diferentes etapas, pero aplicadas a esta operación.

 

1. Las motivaciones

Comenzaremos por las motivaciones negativas. ¿Cuáles son los elementos negativos de la realidad colombiana que quisiéramos evitar? ¿Cuáles son los componentes de la realidad cotidiana que deberíamos transformar? ¿Cuáles son todas esas motivaciones negativas que no nos pueden dejar indiferentes? Son innumerables.

 

Cada quien está solo para responder a estas preguntas. Cada quien, según lo vivido, percibe tal o cual aspecto de esta realidad. Se imagina fácilmente la motivación de los secuestrados y de sus familias. Se ve la motivación de quienes demuestran una gran sensibilidad social y quieren ver desaparecer el hambre en los barrios de invasión, las condiciones de vida insalubres de tanta gente, el desplazamiento de poblaciones tan dramático, la angustia por el futuro, la desigualdad social, la mala repartición de la riqueza, la situación precaria de los jóvenes en un mundo sin verdaderas referencias… La muerte, la violencia, la corrupción, la pobreza, la desigualdad social, el desequilibrio, el futuro incierto, los perjuicios a la Naturaleza, todos estos elementos generadores de sufrimiento, naturales pero sobre todo no naturales, son tantas motivaciones negativas que no nos dejan en paz, que tienen ese mérito de despertarnos y de empujarnos a actuar.

 

Si el esfuerzo que voy a aceptar para que se despierte La Bella en mi país pudiera poner fin al suplicio de los secuestrados y de su familia, entonces no habré perdido mi tiempo. Si la energía que voy a poner en juego a través de mi trabajo va a contribuir, por influencia, a la transformación de los violentos (violencia armada, violencia económica, violencia social…) entonces, estaré orgulloso de mí. Si el trabajo interior que persigo concurre a la disminución del desequilibrio societal que nos conduce a la caída, entonces no habré obrado por nada. Si mi vecino o mis hijos vinieran un día a preguntarme: « ¿Qué has hecho tú, de especial por tu país? ¿Por la humanidad? », yo podría mirarlos fijamente a los ojos.

 

Las motivaciones positivas son también innumerables. Los deseos más frecuentemente expresados son los de paz, justicia social y prosperidad. Sería una motivación imaginar que Colombia lograra reorganizarse. Cuando se busca lograr un objetivo, es bueno intentar visualizar este objetivo ya alcanzado.

 

La imaginación es creadora; es una información asociada a una fuerza, la del deseo. Esta in-formación puesta en marcha, apoyada por una energía, acaba por entrar al sistema y por expresarse en forma de trans-formación. La imaginación puede y debe utilizarse en el buen sentido. Si alguien quiere ir a Pekín, no tiene que pensar sin cesar en Nueva Cork; tiene que verse ya en Pekín. Si alguien quiere la transformación de su país, es necesario que la imagine, es necesario que vea antes lo que quiere obtener, es necesario que tenga en él, muy presentes, todas las informaciones que desea ver concretarse. Así, se puede hacer una lista de lo que uno quisiera que se produjera en su vida o en su país. Esta lista es la de las  motivaciones positivas: libertad para todos los rehenes, desaparición de los enfrentamientos, regreso al hogar de todos los desplazados, condiciones de vida dignas y agradables para todos los ciudadanos, rurales o urbanos, recursos suficientes para todos, respeto entre los ciudadanos a todos los niveles, etc. Cada uno podrá hacer la lista de sus motivaciones positivas. Es bueno consagrar cierto tiempo a este ejercicio de visualización del objetivo perseguido. Este ejercicio no es muy fácil, se hace contra resistencia; la resistencia de las otras informaciones, las que se reciben permanentemente en la vida cotidiana. Pero abre otros horizontes, permite contemplar no solamente el problema, sino la salida del problema, refuerza la determinación de obrar por la curación del país.

 

2. La determinación

 

Cuando nuestras motivaciones son claras, pasamos de manera más o menos consciente a la fase de la determinación. Poco a poco, o de un golpe, aparecen una determinación, una resolución, una firme voluntad de ponerse en marcha, de encontrar y aplicar los medios eficaces para poner fin al desequilibrio. A veces, esta determinación toma la forma de un « dejar de resistir ». Se sabía, y desde hace tiempo, que no se podía permanecer con los brazos cruzados esperando que alguien, un salvador, haga solo el trabajo. Se sabía, pero se resistía, por inercia, por pereza, por conformismo o por confusión. Estos elementos de inercia existen en todos nosotros y no deberíamos subestimar la importancia. Pero se pueden vencer y dar al futuro de nuestros hijos más autoridad que a ellos. 

 

Con mucha frecuencia, lo que refrena la determinación, es la confusión, o la certeza de que el problema está mal planteado y que, por lo tanto, las medidas terapéuticas no son las que convendrían.

Nada se presta en estas condiciones para desplegar un esfuerzo que ya se sabe destinado al fracaso. Pero la determinación aparece con fuerza, y se mantiene, si se comprende de qué está enfermo el país, por qué lo está y si se percibe el sentido de las medidas a tomar para que se cure. Cuando se capta la lógica simple y coherente de un libro como éste, uno siente deseos efectivamente de ponerse en marcha, de participar en esta gran marcha de los ciudadanos determinados a transformar su país y su vida.

 

3. Los esfuerzos y los combates

 

Una transformación se hace siempre contra resistencia. Ningún orden establecido muere por su propia voluntad. Las resistencias al cambio son enormes y múltiples. El esfuerzo que los guerreros tienen que cumplir es desproporcionado. Los de los humanos que quieren hacer parte de la solución deben esperar encontrarse con todo tipo de obstáculos y a tener que desplegar esfuerzos sin medida.

 

En las sociedades pudientes, se hace todo para limitar el esfuerzo al máximo y para sacar el mayor tiempo posible para el tiempo libre. En Colombia, una gran parte de la población hace esfuerzos inmensos para asegurar su simple supervivencia diaria. Los recicladores de papeles, de cartones y otros materiales que vemos todas las noches en nuestras calles, son un ejemplo vivo y cotidiano del esfuerzo sostenido. Esas empleadas domésticas que efectúan tres horas o más de transporte para llegar a su sitio de trabajo pero que, además, estudian en la universidad después del horario laboral también son un modelo de valentía y de combatividad. El esfuerzo que se debe proporcionar para obtener una transformación personal y colectiva es de este orden. Se trata, para una sociedad, de sustraerse de una condición difícil. Esto supone un movimiento de salida por encima, una ascensión y, por lo tanto, un esfuerzo muy particular, intenso y sostenido. Hay que esperar que la parte de la población que resolvió sus problemas de subsistencia y que dispone de cierta disponibilidad de tiempo y espacio, sepa utilizar sus fuerzas para ponerlas al servicio de la colectividad de manera intensa y prolongada. Una sociedad que desea su transformación debe llegar a pensar que el esfuerzo inmenso es algo banal, completamente normal y natural. Y que el rechazo del esfuerzo y del combate, incluso el más pequeño, es lo peor que puede suceder.

 

El esfuerzo más difícil parece ser el cuestionamiento de sí mismo, de su propia personalidad con sus sistemas, sus visiones del mundo, sus limitaciones, etc. El ego es tenaz e incluso cuando la vida lo pone en presencia de sus límites y sus errores, no acepta espontáneamente su cuestionamiento. El otro esfuerzo es el que consiste en entregarse a una disciplina con regularidad, paciencia y constancia. Para mover la situación de Colombia se necesitará la conjunción de muchos esfuerzos individuales.

 

Una transformación personal implica también numerosos combates. Combates interiores y solamente interiores. Combates contra la inercia, contra la pereza, contra el cansancio, contra la duda, contra el conformismo, contra las presiones de todo orden, contra sus propias programaciones, contra los miedos. Una transformación colectiva es el fruto de la acumulación de todos los combates individuales. No implica jamás un combate exterior. El combate más duro de aprender es aceptar y comprender que lo que uno ve en el otro esta igualmente en uno. Y que lo que uno quisiera que el otro cambie, hay que cambiarlo en uno mismo. Este es el sentido de la parábola tan pertinente de “la paja y la viga”[1]. La paja que uno ve en el ojo ajeno mientras que no ve la viga en el propio ojo. Y tampoco la mira. El combate verdadero consiste en cambiar en sí mismo lo que nos disgusta en el otro. Hay técnicas para esto; vamos a considerarlas. El combate verdadero, en un país violento, es volverse pacífico y apacible, incluso en lo más profundo de su propio inconsciente. El combate es aplicar con regularidad y asiduamente las técnicas que conducen a esta paz, a este más allá de cualquier conflicto, a esta unidad interior.

 

4. La ayuda

 

Una transformación personal o colectiva implica ayuda. Las posibilidades de perderse en el camino son muy numerosas. El riesgo de ilusión es permanente. La imagen del laberinto es totalmente pertinente cuando se trata de describir el camino hacia la realización de la paz y de la unidad interior. La situación actual de Colombia corresponde exactamente a la del héroe que debe encontrar la salida de un laberinto, pero que aún no la ha encontrado y que no hace lo que se necesitaría para resolver el enigma.  El recurso a las armas, por ejemplo, es un intento por salir a la fuerza (Yang) del laberinto. Una tentativa irrisoria, pretenciosa y nefasta. Nunca se sale por la fuerza del laberinto. Las reglas son otras. Hay que conocerlas y respetarlas. Un individuo que quiere realizarse, realizar la totalidad de lo que es, que quiere alcanzar sus cimas, su unidad, su Esencia, debe saber solicitar y recibir ayuda de parte de un guía competente y autorizado. Debe colocarse en la actitud del discípulo que, humildemente, delega una parte de su « soberanía » para recibir de su guía las energías y las informaciones que le permitirán avanzar y orientarse hacia la salida. Un verdadero discípulo deposita más confianza en su maestro que en sí mismo.

 

Una sociedad que quiere salir de la prisión de pobreza, de violencia y de corrupción en la que se debate, también debe saber solicitar y recibir ayuda. La actitud normal de una sociedad que quiere su transformación y, por lo tanto, la de sus miembros, debería ser, por lo menos, a imagen del buen discípulo, la de humildad y escucha. Aquí hay un problema: esta actitud es poco frecuente. El ego, tanto individual como colectivo, rechaza generalmente esta apertura humilde y, aún más, cuando este ego es el de un sistema patriarcal. En general, no se le puede enseñar nada a un « patriarca », el ya sabe todo. Es un « elegido », su nivel de apertura es muy bajo y su orgullo está en el máximo. No sirve de nada mostrarle que sus resultados en términos de organización social, de armonía colectiva, de paz y de fraternidad lo contradicen en todo; ni siquiera estos argumentos lo hacen tambalear ni lo conducen a la humildad. Los ejemplos abundan. Una sociedad que quiere su transformación debe contar con un número suficiente de miembros que posean las cualidades del buen discípulo. 

 

La ayuda que recibe una sociedad que quiere su transformación se manifiesta de varias formas. Pero, volveremos siempre a dos elementos que ya nos son familiares: energías e informaciones. Energías para un dinamismo nuevo que nos permita desbloquear el movimiento, iniciar y perpetuar el cambio. Informaciones para orientar y organizar la transformación. Existen personas que tienen las aptitudes para catalizar esta transformación y que pueden ayudar « desde el exterior ». Pero la mayor parte de la ayuda proviene del interior. En la medida en que una sociedad logra despertar su energía Yin, cataliza en ella la organización de tipo Yin, es decir, la auto-organización. Permite la emergencia de una organización natural, espontánea, « mágica ». Esta forma de organización optimiza la ayuda, la hace aparecer en el momento y en el sitio indicado. Cuando una transformación está bien iniciada, bien conducida, cuando es sostenida por el trabajo adecuado, siempre aparecen soluciones, oportunidades y posibilidades a medida que progresa. Soluciones que somos absolutamente incapaces de imaginar se presentarán en el momento oportuno. Así, entre más Colombia despierte su Yin, más le aparecerá ayuda y más dispuesta estará para recibirla. Así se involucrará más en un círculo virtuoso.

 

[1] Lucas 6, 41