Las sirenas

Es previsible que se escuchen voces supuestamente autorizadas (médicos, religiosos…) que afirmarán que el sonido OM no es para nosotros, no es de nuestro nivel, que tal vez podemos repetirlo un poco, tres veces al día, por ejemplo, pero no más, que esto puede ser peligroso, que esto sólo se dirige a los orientales, que es dañino para nuestra fe o cualquier otra razón. Efectivamente, en el mundo hay muchas sirenas (una sirena en este contexto es cualquier individuo que canta muy bien pero conduce al naufragio) que no tienen ningún interés en que tengamos una práctica simple, armonizadora, que nos libere. Que nos libere, entre otras cosas, de las sirenas.

 

En estos casos es conveniente verificar que quienes dicen esto saben bien de que hablan. Que tienen experiencia en lo que hablan y que no lo hacen en función de su miedo o de sus prejuicios. También es conveniente determinar si se tiene más confianza en una oración reconocida universalmente, una oración de unidad…o a la seudo-autoridad de alguien que no tiene la experiencia de lo que habla. Es conveniente preguntarse si se prefiere beber el agua desde el manantial o desde la cisterna. Es mejor dejar de prestarles atención a estos seudo-maestros y volver siempre a nuestro propio Maestro Interior. Es mejor escuchar al Buen Dios que a sus santos.

 

La práctica del japa del OM nunca es peligrosa. Se podría decir que es solamente « subversiva » en la medida en que disuelve con eficacia los conformismos, las programaciones, las manipulaciones y los encerramientos. Por esto las « autoridades » la temen y tienden a desviarnos de ella. Esto puede interpretarse justamente como una prueba de su eficacia. Y por esto es que se debe practicar.

 

Las sirenas son aquellos individuos y sistemas que encantan a sus víctimas para llevarlas al naufragio. La existencia de las sirenas se conoce o, más exactamente, se sospecha desde siempre. Tanto el lenguaje común como las diferentes culturas hacen referencia a estos seres engañosos que conducen al hombre a su caída.

 

La palabra sirena aparece por primera vez en La Odisea (libro XII) y hace referencia a esas criaturas con busto de mujer y cuerpo de ave, a las cuales Ulises se resiste para poder continuar su periplo sin naufragar. Con base en los consejos de una maga, ordenó a sus marineros taparse los oídos con cera y él mismo, que quería escuchar el canto de las sirenas sin sucumbir, se hizo atar al mástil de su nave y pidió que no se le desatara bajo ningún pretexto hasta la salida del estrecho que debían atravesar. Ulises conoció así la belleza increíble, la belleza ideal pero fatal, pero pudo escapar a la crueldad de las sirenas.  

 

En Los Argonautas, Orfeo salva a sus compañeros del naufragio (excepto Boutés) al oponer al canto de las sirenas su propio canto, lo que les quita el deseo de dirigirse a la isla funesta.

 

El equivalente en la tradición hindú de las sirenas son las Yaksha, algunas interpretaciones las describen como entidades de la naturaleza que seducen a los hombres que las descubren para después devorarlos. El caballo de Troya es un señuelo que permite a los griegos vencer a los troyanos y destruir la ciudad. Los Incas vieron su dios Viracocha en Pizarro quien iba a abatirlos. Los Aztecas vieron su dios Quetzalcóatl en Cortés que a la larga los eliminara.

 

La Biblia menciona más de una vez la existencia de las sirenas o de sus equivalentes y resalta todos los peligros. Una primera alusión es la de los mercaderes del Templo, esos predadores que se hacen pasar por sacerdotes, esos falsos maestros que frecuentan los lugares sagrados, se hacen pasar por lo que no son y se sirven del Templo y de sus peregrinos. Se necesitó nada menos que de Cristo para expulsarlos.

 

Otra alusión a las sirenas, mucho más dramática, es esta evocación del Reino que se pierde por un plato de lentejas. Esta parábola evoca la increíble facilidad que tienen los seres humanos para engañarse, para ser víctimas de la ilusión, de ver cosas que no existen sin ver las que existen.

 

Hace referencia a este increíble error que nos hace pasar al lado de lo esencial, que nos hace despreciar lo que sería más útil, a cambio de elementos irrisorios. Hace referencia a las tentaciones a las cuales están sometidos quienes buscan la consciencia divina (alta mar) y que fracasan en el estrecho donde los esperaban las sirenas. Si el objetivo es salir de la caverna de la consciencia ordinaria y limitada y entrar en la luz, siempre hay falsas luces, falsas salidas, cuya función es reintegrar al sistema toda energía que lo desafíe.[1]

 

El lenguaje corriente también es de una riqueza extraordinaria cuando se trata de evocar las sirenas y la necesidad de esta función superior, el discernimiento. Las expresiones son innumerables:

 

« No todo lo que brilla es oro »,

« No confundir luciérnagas con linternas »,

« En el reino de los ciegos, el tuerto es el rey »,

« Confundir la sombra con la presa »,

« El lobo disfrazado de oveja »,

« El espejo de las alondras »,

« No hay que botar el bebé con el agua del baño »,

« No se atrapan las moscas con vinagre »…

 

Todas estas fórmulas representan la expresión de la sabiduría popular que sabe muy bien que las sirenas existen y que conducen a todos los fracasos posibles. Sin embargo, los seres humanos continúan cayendo en sus garras. Pueblos enteros, incluso refinados y cultos pueden caer bajo la férula de las sirenas que los conducen a las peores atrocidades. Las sirenas quieren mantenernos en la caverna y para esto producen imitaciones de salidas.

 

Colombia también, claro está, les paga un tributo grande a las sirenas. ¿Cómo podría ser de otra manera ya que una colectividad en déficit de energía no puede tener discernimiento ni lucidez? Los tuertos son reyes. Las sirenas son recibidas con todos los honores, en la Fiscalía, en muchas instituciones y en otros sitios. Hay tantos naufragios en Colombia, todos los días, de todos los órdenes, que se debería sospechar siempre de su presencia.

 

Y no solamente se deberían detectar las sirenas. Se debería liberar de ellas. La estrategia que le sirvió a Ulises para no sucumbir a sus cantos consistió en hacerse atar al mástil y pedirle a sus marinos taparse los oídos con cera. El no se las tapó porque quería conocer a las sirenas y su canto, pero con toda la seguridad, atado. El símbolo es claro. El mástil, es lo Absoluto, es el Maestro Interior, el Yo Profundo. La cuerda es la práctica cotidiana de contacto con El y los marinos sordos, la disciplina.

 

Para reconocer una luz falsa, una sirena, se necesita un referente: la verdadera Luz. Cualquier persona que se adhiera a una práctica diaria de contacto con su propia Esencia, con la Luz en él, se coloca en posibilidad de discernir las sirenas. Sólo una estrategia de este tipo nos permite conocer las sirenas sin ser víctimas de ellas.

 

[1] MEJIA Luís Enrique. Esquizitofrenia, op. cit. p 37.