De esta anomalía energética resulta que esta sociedad va a sufrir los síntomas del exceso de Yang y de la penuria de Yin. En resumen, se podría decir que, en el mundo,
son todos los del exceso de disyunción: son todas las del déficit de conjunción: Las manifestaciones de funcionamiento hiper Yang
Las manifestaciones de funcionamiento hipo Yin
Entendemos que una sociedad patriarcal, por definición, no puede ser sino disfuncional, desequilibrada, violenta, agresiva, expansionista, injusta, infeliz y estéril. Ella generará siempre abuso de poder, malos tratamientos a la Mujer, al niño, a la Naturaleza, al pequeño campesino, a los indígenas, a los minusválidos…
Según Humberto Maturana, con la aparición del patriarcado en el Medio Oriente algunos 3000 años AC, comenzó la lucha entre el Bien y el Mal, en la cual « el bien es lo patriarcal, la autoridad y la obediencia, la trascendencia de lo material hacia lo espiritual, la defensa de la propiedad personal, la competencia, la fertilidad vista como la procreación sin límite y el control del mundo natural. El mal, es lo matrístico, el respeto por la emoción, la legitimidad del otro, la identificación con lo natural sin buscar su control, la no competencia, la fertilidad vista como abundancia armoniosa y la consciencia de la responsabilidad en el vivir. »[1] Y subraya esta ambivalencia notoria entre, de una parte, el esfuerzo continuo de los sistemas patriarcales con miras a someter a la mujer y a negar su autonomía y su dignidad matrística y, de otra parte, esta contradicción que nosotros vivimos con el paso del mundo de la infancia (que sigue siendo matrístico en la relación madre – hijo) al de la juventud y después al de la edad adulta (que se convierten en patriarcales). Los valores inculcados desde la infancia son el respeto del otro, la colaboración, la participación, la ayuda mutua, el respeto a sí mismo. Los valores de la vida adulta son la lucha, la competencia, la apropiación, la falta de respeto por el otro, la búsqueda de las apariencias y la pérdida de la dignidad en la sumisión a la autoridad. « Además, en este proceso, como niños y niñas vemos la aceptación continua de la mujer matrística por el hombre patriarcal como una oposición entre lo masculino y lo femenino, en la cual lo femenino es la debilidad, lo arbitrario, la emocionalidad, la inconstancia y la irracionalidad mientras que lo masculino se ve como la fuerza, la racionalidad, la constancia y la profundidad. Nada de esto es válido biológicamente. »[2]
Françoise Gange, en su muy bello estudio sobre la instauración progresiva del patriarcado en la humanidad[3], lo describe así: « El mundo contemporáneo muere de « hipervirilidad », en el sentido en que el patriarcado le ha impuesto a la virilidad: mentalidad conquistadora, sostenida sobre un apetito de poder y de riquezas materiales, que implica jerarquía y control, necesarios para asentar la dominación; predominio del modo racional de pensamiento que recorta, separa, aquí también con miras a una jerarquía de las ideas; modo de evaluación cuantitativa del mundo, de los otros y de sí mismo. En el plano moral, este sistema se basa en la exclusión y el pequeño número de los « elegidos », de donde se derivan su orgullo umbilical y culto del yo, su cinismo erigido como modo de comprensión del mundo y del otro. »
« Su corolario es « la hipofeminidad» entendida en el sentido en que la « primera cultura » deducía de la feminidad, a través de su hipóstasis, la Madre divina: apertura, benevolencia, respeto del Todo concebido como solidario, generosidad que engendra la copiosidad de la vida, predominio del modo de comprensión intuitivo, sensibilidad empática, importancia de lo afectivo y de la improvisación que tiene en cuenta el movimiento de los flujos de la vida, globalización del pensamiento también, porque no hay solidaridad sin tener en cuenta el conjunto de los elementos de lo real. »
Joël de Rosnay[4] comparte la misma visión del mundo cuando señala la necesidad de establecer valores femeninos para construir un mundo más equilibrado: « Durante milenios los hombres han asegurado su supervivencia gracias a la domesticación de la energía solar a través de la agricultura. Esta etapa de la evolución de las sociedades ha favorecido valores de naturaleza simbólica: complementariedad, equilibrio, utilización gestionada de los recursos. El periodo de conquista económica e industrial de los últimos siglos, resultante de la explotación acelerada de los combustibles fósiles, privilegia valores « masculinos »: competencia, conquista, dominación, crecimiento. La transición que vive en adelante la humanidad – fase de acondicionamiento posindustrial o bioecológica, sociedad de información y de comunicación – va a necesitar el retorno a valores « femeninos » como la solidaridad, la complementariedad, el equilibrio, valores análogos a los que prevalecían en el periodo de supervivencia de la humanidad. Sería un poco reduccionista oponer sistemáticamente los valores « masculinos » a los valores « femeninos », pero es interesante colocarse en el contexto de su complementariedad. »
« Desde el alba de la humanidad, el comportamiento masculino se ha revelado en la caza, la guerra, la conquista o la defensa de los territorios. El comportamiento de la mujer en la gestión y el « manejo » del hogar, la transmisión de la vida y de los conocimientos. Hoy en día, la crisis del ambiente, los poderes peligrosos de la biología, los desafíos de la educación hacen aparecer en el primer plano la influencia de los valores femeninos en el debate sobre los grandes desafíos de la sociedad. » Los valores femeninos que Joël de Rosnay defiende sólo se pueden manifestar con la condición de ser sostenidos por su propia energía, la energía Yin. Estos valores femeninos nunca serán potentes ni influyentes en una sociedad patriarcal.
[1] MATURANA Humberto. El sentido de lo humano. op. cit., p 332.
[2] MATURANA Humberto. El sentido de lo humano. Op. Cit., p 316.
[3] GANGE Françoise. Avant les dieux, la Mère universelle. Alphée, Paris, 2005, p 429.
[4] ROSNAY (de) Joël. L’homme symbiotique. Regards sur le troisième millénaire. Seuil, Paris, 1995,
p 279.