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De la lógica del desequilibrio a la pasión por el equilibrio

En el mundo de los violentos, el más violento es visto como « el duro » y se convierte en jefe. El más desequilibrado es el más valorado. En una sociedad en la que el machismo es un valor, el más machista, es decir el más desequilibrado, es el que goza de más consideración. En el mundo de los corruptos, el que logró el mayor golpe, el más corrupto, es decir el más desequilibrado, es el que se convierte en modelo.  En el universo de los fundamentalistas, es el más fundamentalista el que es más escuchado. Siempre el más desequilibrado es el que es el jefe. En el mundo de los ricos, son los más ricos quienes tienen más oportunidades de enriquecerse aún más, tienen los medios para generar artificialmente penuria para enriquecerse más.[1] De esta manera, contribuyen al mayor desequilibrio de la sociedad humana y al empobrecimiento cada vez mayor de poblaciones enteras. Y ellos son vistos como modelos. La humanidad vive en el desequilibrio y, además, vive del desequilibrio.

 

Esta situación se explica, como lo decíamos atrás, por el hecho de que todo sistema desequilibrado se siente frágil y va a tener tendencia a refugiarse en lo que, en su desequilibrio, le parece fuerte. Se refugia en su Yang, en lo que es excesivo, sólo busca la salida de sus problemas en su Yang fuerte, demasiado fuerte. Va a buscar en el desequilibrio siempre más grande una salida a su inseguridad. Todo sistema hemipléjico Yin efectúa un repliegue de protección sobre su Yang. Para él, la búsqueda de un equilibrio no se ve nunca como una salida para sus problemas, ni siquiera como una opción. Una sociedad desequilibrada no solamente desprecia sino que también maltrata su parte débil cuando, paradójicamente, es de ahí de donde provienen sus auténticas soluciones. En un mundo en desequilibrio « lo posible es imposible[2] ». Sobre la Tierra hay una producción de alimentos suficiente para alimentar a todos los humanos. Sin embargo, pueblos enteros mueren de hambre: es materialmente posible alimentarlos, pero este posible se ha hecho imposible por el desequilibrio de nuestras sociedades que genera la apropiación excesiva de un lado y la pobreza del otro.

 

Vivimos en un mundo patriarcal, hemipléjico Yin, que busca el desequilibrio, que lo genera, que lo valora y que vive de él. En semejante mundo, las referencias, con frecuencia, sólo pueden ser falsas. En Colombia se da la palabra a los paramilitares criminales como si se esperara de ellos que guíen a la nación; se propone invitar a la Cámara de Representantes a los guerrilleros más sanguinarios para que se expresen sin que la guerrilla haga la menor concesión; se hace mucho caso de la opinión de cardenales desequilibrados sobre la cuestión del aborto de una chiquilla violada; por todas partes se ve que los corruptos exponen su cinismo y su arrogancia… Y esto parece normal, esto hace parte del espectáculo: el desequilibrio es tan habitual que se ha convertido en la norma. Nadie lo nota ya, ni lo estigmatiza, nadie lo denuncia como tal y uno “se hace a la idea”, lo asimila como “normal”. La tendencia siempre es hacia un mayor desequilibrio. Y en este mundo tenemos a nuestros hijos. 

 

Llegó la hora de lanzar una nueva moda, la del equilibrio. Es hora de regresar a una lógica del equilibrio y promoverla, crear otra mentalidad, coherente, sencilla y potente que valore el equilibrio individual y colectivo, el funcionamiento de los individuos y de las sociedades o de las comunidades, en la complementariedad y la armonía de su Yin y de su Yang. Este equilibrio es la condición sine qua non de la salvación de la humanidad, de su auto-reorganización, de su capacidad de transformarse y de desactivar las bombas demográfica, atómica, ecológica y económica que comprometen su futuro. El porvenir de nuestros hijos y el porvenir de la humanidad dependen del regreso al equilibrio.

 

El equilibrio de las sociedades es el resultado del equilibrio de los individuos que las componen. Éste supone el equilibrio entre su vida exterior y su vida interior, entre el uso de la ciencia y el del buen sentido, entre la apropiación y la repartición, entre la estabilidad y el cambio, entre el orden y el desorden, entre la razón y la emoción, entre el intelecto y la sensibilidad, entre lo masculino y lo femenino.

 

La felicidad de los seres humanos implica que ellos puedan satisfacer todas las exigencias de la vida, tanto interiores como exteriores, que ellos vivan plenamente todas sus dimensiones.

 

Su vida exterior responde a todas las exigencias de las dimensiones del Hacer y Tener. Se trata de que cada uno participe del dinamismo colectivo, desempeñe su rol dentro de la actividad general, encuentre su puesto en el mundo exterior, libre los combates y mantenga los esfuerzos necesarios para la conquista de condiciones de vida agradables, para la satisfacción de sus necesidades vitales en alimentación, en salud, en educación, en vivienda, en protección social, en cultura, etc.

  

Su vida interior responde a las exigencias de las dimensiones del Ser (Ser sí mismo) y del Estar (aquí y ahora). La dedicación a la búsqueda del Ser que corresponde a la invitación de Sócrates: “Conócete a ti mismo” y a la de Cristo: “Conoced la Verdad y la Verdad os hará libres”, busca desarrollar en los individuos autonomía, fuerza, equilibrio, lucidez, compasión y paz interior. La felicidad individual pasa por el encuentro de su propia identidad, por el descubrimiento de la Luz y de la Alegría[3] que residen en cada uno, en el centro de cada uno. Como el punto común entre el tiempo y la eternidad es el instante presente, la atención en “estar aquí y ahora”, en vivir plenamente el instante presente y donde uno se encuentre, permite trascender la dimensión ordinaria de la existencia y entrar en contacto con la riqueza sin límite de los planos de existencia no ordinarios.

 

Es hora de concederle de nuevo todos sus derechos al sentido común. Es hora de darle de nuevo fuerza y autoridad al sentido común del pueblo y de relativizar la aptitud de los expertos, de los intelectuales y de la ciencia para comprender y traducir la realidad. La ciencia del pueblo es el sentido común; esta ciencia debe ser revalorizada y escuchada. El sentido común nos dice que la energía existe y que tenemos que saber manejarla. El sentido común nos dice que se vive mejor lleno de energía y de equilibrio que vacío y desequilibrado. Nos repite que más vale disponer de todas sus fuerzas que ser hemipléjico. Es conveniente ahora pasar de estas evidencias a la realidad y ser coherente con lo que nosotros sabemos en lo mas profundo de nosotros mismos. Tenemos que ponernos a trabajar.

 

El sentido común pone en juego la sensibilidad. La sensibilidad nos aporta informaciones fundamentales sobre la realidad del mundo que no nos puede proporcionar el intelecto del más refinado o cultivado de los expertos. Llegó la hora de la revalorización de la sensibilidad, de una sensibilidad bien despierta y controlada.

 

Llegó la hora de cambiar nuestra visión de la fuerza; esta no se puede asimilar sólo con la fuerza masculina. La fuerza es otra cosa. Es el equilibrio, la complementariedad y la fusión de las dos fuerzas, la masculina y la femenina, que se refuerzan, se valorizan y se fecundan mutuamente. Al final de este libro, en este nuevo contexto, la fuerza Yin femenina se ha convertido en una evidencia, una evidencia lo suficientemente grande para que cada quien sepa ahora que se puede dedicar a desarrollarla. Este despertar de la energía femenina pone fin al desequilibrio. Se puede imaginar así que pronto, una vez cambien las normas, los desequilibrados ya no serán vistos como jefes o referencias sino como disminuidos y retardatarios. Y que ya no necesitaremos de sus servicios.

            Balanza                                             

El símbolo clásico de la Justicia es la balanza, con sus dos platillos en equilibrio. Para que haya curación, salud, armonía y justicia en una sociedad, es necesario que haya equilibrio entre sus fuerzas Yin y Yang. Una sociedad que escoge el equilibrio y trabaja en su realización se convierte poco a poco en una comunidad feliz y justa. El equilibrio se obtiene al insistir en hacer renacer la fuerza femenina de transformación porque fue su ausencia la que creo el desequilibrio.

 

Es evidente que muchos seres humanos aspiran a esta transformación. Ellos seguramente apreciaran esta nueva moda del equilibrio y se dedicaran, sin duda con pasión, a su llegada.

 

[1] ZIEGLER Jean. L’empire de la honte. Fayard, Paris, 2005.

[2] Artículo de Edgar Morin en el periódico Le Monde (fecha desconocida).

[3] La alegría con objeto es dependiente y frágil. Ella depende de la presencia de alguna cosa o de alguien que nos agrada, o de la ausencia de alguna cosa o de alguien que nos desagrada. Ella no puede entonces llenar las necesidades del ser humano. En el mundo desequilibrado que es el nuestro, y en una sociedad de consumo, toda la atención se fija en la búsqueda de esta alegría. Por eso la frustración permanente, el enajenamiento y la aceleración de nuestras sociedades.

La Alegría sin objeto es aquella que emerge del contacto con su propia Esencia. No depende de nada ni de nadie. Esa alegría es la que vuelve felices a los seres humanos y los colma. Se busca y se encuentra en el centro de si mismo, por el contacto con el Ser.