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Introducción - La energía

Todos conocemos bien la noción de energía. Los progresos científicos a partir del siglo XIX han permitido un conocimiento profundo de la energía, esta fuerza capaz de proporcionar un trabajo, en sus múltiples modalidades. Nuestra civilización está construida con base en la utilización permanente de la energía en todas sus formas. Y no sabríamos ya cómo prescindir de ella. La iluminación, la calefacción, los aparatos electrodomésticos, el transporte, la industria y la agricultura y todos los dominios de la actividad humana tienen que ver con la energía. Se conoce o se ha escuchado hablar de la energía solar, de la energía cósmica, de la energía fósil, de la energía gravitacional.  Uno se ha podido hacer una idea personal de lo que es la energía magnética al jugar con imanes, de la energía eléctrica y electromagnética al prender un aparato eléctrico, de la energía electrostática al cerrar la puerta del carro, de la energía térmica al preparar los alimentos. Se sabe que se puede recoger la energía eólica gracias a aerogeneradores, la energía mareomotriz gracias a las fábricas instaladas en estuarios, la energía hidráulica gracias a las represas, la energía geotérmica gracias a los pozos intercambiadores, la energía atómica gracias a centrales nucleares. La utilización de la energía en todas sus formas transformó nuestras vidas. Estamos tan acostumbrados que ni siquiera nos damos cuenta de lo que era la vida de nuestros ancestros antes de la electricidad y el petróleo. El transporte (civil y militar) y la agricultura dependían de la energía animal (caballos y bueyes). Uno se acostaba con las gallinas y se levantaba con el canto del gallo. Uno conocía bien la marcha a pie.


Sin embargo, existe una modalidad de la energía que seguimos ignorando, una forma de energía que la orientación científica sobre las investigaciones acerca de la energía no ha permitido aún dilucidar. Debido a la autoridad reconocida al método científico, pero también a la inadecuación de este para el estudio de este tipo de energía, se le da poco crédito, poca importancia, poca visibilidad a la energía que anima a los seres y los sistemas vivos (individuos, familias, colectividades, sociedades, comunidades…). El método científico, por estar fundamentado en el análisis, debe aislar el objeto de su investigación de su contexto: la flor en su herbario, seca, acartonada, muerta, la pieza anatómica en el formol, aislada del cadáver, él mismo separado del mundo vivo. El mismo método que ha alimentado la ideología de la precisión[1] (lo preciso asociado al bien, lo borroso al mal), sólo puede conceder valor a lo que se mide y se cuantifica y, por tanto no puede servir de medio de estudio para los sujetos complejos, dinámicos e imprecisos. La vida de los seres humanos, su funcionamiento, su vigor, sus actividades, su variabilidad y muchas otras de sus funciones, la vida de sus sociedades, sus organizaciones, su evolución, su transformación, son complejos, imprecisos, inmensurables y dependen de una energía cuyo estudio, hasta el momento, ha escapado al método científico y, por lo tanto, no ha sido puesta bajo sus proyectores. « Hoy en día ya no se interroga la vida en los laboratorios » decía François Jacob, en su libro “La logique du vivant” (La lógica de lo vivo).[2]

 Esta forma de energía es la energía vital, esta fuerza de vida que anima a todo sistema vivo. En razón de sus características y de su complejidad, así como de la inadecuación de los métodos de estudio, a pesar de los trabajos de algunos precursores, el médico George-Ernest Stahl en 1708, los sabios de la escuela de Montpellier en el siglo XVIII, Paul Joseph Barthez y Théophile de Bordeu, y más tarde Xavier Bichat[3], la vida, la vitalidad, todas las funciones y características de los sistemas vivos han permanecido en la sombra. Es más, su importancia ha sido despreciada, e incluso, bajo el efecto de una racionalización a ultranza, su realidad negada.  Por supuesto, esto no le impide de ninguna manera existir ni representar, para el ser humano, un patrimonio de gran importancia, una riqueza fundamental. 

 

Interesarse en la energía vital de un individuo o de un sistema vivo como un país (sobre todo si ese país es de aquellos que, como Colombia, pagan un gran tributo a la muerte) en un contexto de ignorancia, de desprecio o de negación de esta realidad representa, claro está, un riesgo, el de ser incomprendido y despreciado. Pero, al mismo tiempo es la apertura a un cambio-metamorfosis, la posibilidad de salir de un marco estrecho y cerrado de pensamiento y de conocimientos y de abrirse a realidades y a una comprensión nuevas. Tal vez aquí se debe buscar el eslabón perdido que permitiría explicar por qué el ser humano o sus organizaciones funcionan tan inadecuadamente. De la misma manera que uno no puede al mismo tiempo quejarse de la oscuridad y no interesarse en la luz, no se pueden deplorar los estragos de las fuerzas de muerte de un país y al mismo tiempo permanecer indiferentes a las fuerzas de vida que deberán animarlo y permitirle transformarse.

La experiencia muestra que, en general, los seres humanos saben mucho más de la energía vital de lo que creen. Se trata solamente, para aquellos que quisieran conocerla mejor, de adoptar un punto de vista nuevo para conocer su realidad y sus funciones. Se puede imaginar la situación actual al decir, por ejemplo, que la energía vital « está a la izquierda » y que « todo el mundo mira a la derecha ». Uno no se debería sentir autorizado para decir que no existe o que no es importante. Se podría decir simplemente que, de la manera como hemos procedido hasta ahora, no hemos podido aún hacernos una idea precisa de la existencia, de la importancia, del interés de esta forma de la energía. A esto se agrega el hecho de que, si el marco general es la ignorancia o la subestimación de esta realidad, todo el mundo no está encerrado en este marco y muchos seres humanos han adquirido, a través de los siglos, un conocimiento preciso y fino de la energía de lo vivo, así como una aptitud y una habilidad para administrarla. Se piensa en los médicos tradicionales chinos, en los médicos tibetanos, en los practicantes de la medicina ayurvédica, en ciertos sanadores excepcionales y, más cerca de nosotros, en las diferentes formas de medicinas alternativas. Estos profesionales de la energía vital hacen resaltar todo el interés y subrayan la importancia cuando enuncian los atributos y las funciones de la energía.

[1] MOLES Abraham. Les sciences de l’imprécis. Points Seuil, Paris,  1995, p.16.

[2] JACOB François. La logique du vivant. Gallimard, Paris, 1976

[3] Xavier Bichat[3] (1771-1802). Anatomista y fisiologista francés, pionero de la anatomía general, Xavier Bichat fue fundador de la histología (estudio de los tejidos). Esta reconocido como uno de los pensadores del vitalismo, teoría que distingue los procesos vitales de los fenómenos físicos o químicos. Dentro de su obra se conoce el libro, publicado en 1799: « Recherches physiologiques sur la vie et la mort » (Investigaciones fisiológicas sobre la vida y la muerte).