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El temor a lo desconocido

Siempre se teme lo que no se conoce. Siempre hay un mínimo de aprensión cuando uno se lanza a un camino desconocido. En la penumbra, el pedazo de cuerda en el piso siempre parece una serpiente. Hay que hacer entonces desaparecer la penumbra y, para esto, hay que exponerse al sol de su propio Maestro Interior, en la práctica.

 

El miedo es un mal consejero. Se debe mantener entonces bajo control. Mantendremos la vertiente positiva del miedo que es alertarnos sobre un peligro pero transformaremos su vertiente negativa, la parálisis que genera, en prudencia. 

 

El miedo a lo desconocido nos mantiene en los senderos conocidos y mientras que aspiramos a la libertad, desconfiamos de lo que nos sería más útil: el cambio. Por miedo a lo desconocido, permanecemos encerrados en nuestros condicionantes, mientras que aspiramos a la libertad. Si la oruga supiera que es una mariposa, no se lamentaría de verse transformar en crisálida. ¿Pero, cómo decirle que es una mariposa? De todas maneras, ella no comprendería (no antes de volar por ella misma). ¿De qué podría tener miedo el plomo si supiera que es el oro? ¿Por qué tener miedo de una práctica nueva de vida interior si nos conduce a una Edad de Oro? ¿Por qué no tener más bien miedo de nuestro inmovilismo cuando hay tantas nubes negras sobre nuestras cabezas y si el futuro de nuestros hijos y de los de ellos está comprometido? El miedo no es una excusa para no poner en práctica una transformación.