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Los tiranos y los terroristas

Desde hace tiempo, los seres humanos pagan un pesado tributo a los tiranos. La existencia misma de los tiranos no deja de suscitar numerosas preguntas: ¿Por qué una sociedad permite que se instale una tiranía, en la cual el tirano cumple la función de verdugo y la sociedad la de víctima? ¿Por qué los tiranos y dictadores casi siempre permanecen impunes? ¿Por qué una sociedad entera tiene tanta dificultad para deshacerse de su tirano? ¿Por qué muchos de ellos terminan sus días tranquilamente, en países que los acogen muy generosamente? 

 

Los terroristas son de gran actualidad. Sus acciones saltan a los titulares de forma regular. Si el terrorismo en sí mismo ya planteaba muchas inquietudes, su agravación bajo la forma de atentados ahora cometidos por seres humanos suicidas que aceptan inmolarse en su acto demencial, sólo amplifica la incomprensión del fenómeno. ¿Cómo seres humanos pueden llegar a estos extremos? ¿Cómo una sociedad permite que nazcan, de su seno, estos comportamientos? ¿Por qué estos individuos y estas sociedades funcionan así de mal? ¿Por qué somos tan impotentes ante estos hechos? Y, sobre todo ¿qué comprensión profunda del fenómeno deberíamos tener que permita poner fin a este calvario?

 

La energética de los sistemas vivos ofrece respuestas a todas estas preguntas. Si lo que le permite a un sistema vivo funcionar bien es su energía y si se admite que nuestras sociedades, que Colombia, que la humanidad sufren de un profundo desequilibrio YANG/yin, se comprenderá que todos estos sistemas sólo puedan secretar comportamientos Yang excesivos: apropiación, control y eliminación excesivos. Lo que hay que comprender bien, es que es imposible que ocurra de otra manera en el contexto de este desequilibrio. No se trata de una cuestión de buena o de mala voluntad, no se trata en el origen de una cuestión de perversión, es una cuestión de desequilibrio. Es la presencia, en un sector de nuestro funcionamiento, de un exceso de cierta fuerza que toma posesión de los más vulnerables (o de los mejor dispuestos) y los obliga a cometer actos insensatos (es decir que no tienen sentido por ellos mismos). Es la ausencia, en otro sector de nuestro funcionamiento, de una fuerza antagonista que sería capaz de corregir este desequilibrio y de oponerse a sus efectos nefastos. Sin viento, una cometa jamás podrá volar. Una sociedad sin Yin sólo podrá expresar de mil maneras su exceso de Yang. Entre más desequilibrada esté una sociedad, más fabricará tiranos y terroristas, y mejor vivirán estos, gracias a la aprobación inconsciente que les dan sus víctimas. Se puede combatir indefinidamente a los actores del terrorismo (o, más insensato aún, al terrorismo mismo), mientras que los ciudadanos de la Tierra no despierten su Yin, este combate estará perdido, sólo habrá eternamente tiranía, terrorismo, barbarie, crueldad, con una población inconscientemente cómplice de sus verdugos.

 

El problema fundamental es que todo sistema desequilibrado se siente y se sabe frágil y se apoya, entonces, para reforzarse, en su parte fuerte, Yang, con lo cual agrava su situación al mutilar aún más lo que le sería más útil, su Yin. Esto se llama un círculo vicioso. Retomaremos este punto a propósito de los desequilibrios de los sistemas religiosos.